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sábado, 23 de diciembre de 2017

Cultura, subcultura y deporte


Conversación entre los pensadores Manuel Cruz, Cesar Rendueles y Daniel Innerarity para hablar de las sociedades de hoy. Borja Hermoso. El País, 26 de noviembre de 2016. P. 26 / Cultura. 

Lectures sugestives 1931
Cuando yo estudiaba la carrera de educación física, allá por los años setenta, vivíamos en un estado fascista y la práctica profesional, en esta materia, estaba altamente politizada y devaluada. Ya se intuía la muerte del dictador y, para que la educación física y el deporte superaran esa realidad, necesitábamos valores y conocimientos esencialmente indiscutibles.

En ese empeño nos enfrentábamos a dos cuestiones de las que dependía el prestigio de nuestra carrera. Las preguntas eran: ¿Es el deporte cultura? ¿Existe una praxis científica propia del deporte? No entraremos en las razones de antes ni en las de ahora. Para ver las de antes propongo al lector curioso que indague en la bibliografía de José María Cagigal, cuáles eran los argumentos que estaban en discusión.
Lectures sugestives 1931

Hacía mucho que no leía nada sobre estos dilemas. Ahora el deporte y la educación física son una carrera universitaria, por lo que se supone que aquellas dos preguntas se han resuelto afirmativamente: el arraigo cultural y el cuerpo científico propio. Aunque mi sensación después de haber pasado por estas facultades es que el cuerpo científico que se cultiva no es propio y que la cultura deportiva se ha sustituido por el comercio y el espectáculo.

No las de los deportistas, son otras miradas las que detectan el valor cultural del deporte y nos ofrecen razones para que pensemos cual es el papel que juega. Ese es el caso de este artículo que protagonizan tres filósofos.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Vania Escenas de la vida y de la educación física.

Vania, escenas de la vida. De Chéjov. Dir. Àlex Rigola

Antes de entrar, no sé por qué, estábamos hablando de los ejercicios físicos que hacen los actores para prepararse y constituyen el entrenamiento del actor. Y cuando entramos al cajón en el que se representaba la obra, allí estaban Ariadna Gil, Irene Escolar, Gonzalo Cunill y Luis Bermejo intentando mantener en alto un globo impulsándolo con la cabeza. Dije a María José que eso era un ejercicio típico de entrenamiento de actor, pero no hablamos más porque ya estábamos en nuestras localidades y, aunque la obra no había empezado, la presencia de los actores induce al silencio.

Empezaron a hablar y que bellas voces y que texto tan bonito. Qué bien construido el discurso y que bien dicho. Pero poco a poco, unos actores más que otros, empezaron a bajar el tono de voz y, a pesar de la proximidad en aquel cajón, que nos habían avisado que podía ser claustrofóbico, ya no les oíamos bien. Previsor y sordo, saqué del bolsillo unos audífonos y la voz volvió a mí. Aún así a veces… casi que no oía. Pensaba en lo mal que lo estaría pasando mi amigo que tampoco oye bien. Luego vi que mucha gente no se enteraba y se distraía. Para todos era un consuelo cuando hablaba Ariadna Gil que, sin perder la intimidad ni la melancolía del discurso, se hacía oír sin artificios.

Golpear un globo con la cabeza te obliga a mirar al objeto de tu atención, mantener la espalda recta y la cabeza erguida si quieres impulsarlo hacia arriba y tener conciencia de dónde está el compañero para cumplir con el objetivo compartido de que no caiga al suelo. Si se hace mientras se recita un texto, un diálogo, te obliga a unificar el objetivo espacial con el discurso, tal vez con una emoción. Se le puede dotar de más sentidos a ese ejercicio tan simple. Es un buen ejercicio que ayuda a mejorar la presencia del actor en escena. Si intentas impulsar el globo con el aliento te ayuda a proyectar la voz.
A lo que íbamos, no se oía bien y, por mucho que alguna vanguardia parezca decir lo contrario, eso no puede ser bueno.

martes, 5 de diciembre de 2017

La educación física de Joaquín Achúcarro

El piano y la calistenia 

 Orquesta Nacional de España. 25 de noviembre de 2017. Dir. Pedro Halffter Caro. Piano Joaquín Achúcarro.

Gimnasia de las profesiones. Dr. Sainbraun
Salió al escenario cojeando, un poco encogido y se sentó en su banco como si no encontrara la postura. Luego empezó el concierto para piano en sol mayor de Ravel.

Creo que el primer uso que hice de la razón fue para que me gustara la música, pues bien, desde que tengo uso de razón musical, supe de Joaquín Achúcarro. Virtud de mi madre, que tenía la tendencia a admirar a los artistas y a los científicos, y aunque seguramente nunca lo había escuchado, de alguna manera debía saber que era prodigio desde niño y si venía al caso lo nombraba. El caso es que forma parte de mi vida de la manera vaga con que se incorpora a la memoria a quien solamente se escucha de y de quien se oye hablar.

Pues bien, ahora, cuando él tiene ochenta y cinco años y yo sesenta y siete hemos coincidido en el Auditorio de Música de Madrid. Empezó el concierto y, por razones que tienen que ver con la emoción y la belleza que no me resultaría fácil explicar, me olvidé de todo. Dejé caer la mirada sobre el pianista. Desde mi localidad no se ve el movimiento virtuoso de las manos, ni falta que hace; nunca me fijé en la mecánica que agita la emoción. Ya sé que cuesta mucho entrenamiento mover los dedos con esa agilidad, pero no es eso lo que voy a admirar a un concierto. Sus brazos y sus manos parecían conectar los sonidos de toda la orquesta con su cuerpo, que se agitaba compacto, sin intención expresiva, como sacudido por descargas eléctricas. Creí que podía caerse de tan inestable que era su equilibrio.

Entonces empecé a pensar en la corporeidad, la conciencia corporal o la educación física de los pianistas; de los pianistas buenos. Tuve algunas ideas tópicas: la misión del cuerpo será no entorpecer la expresión que se intenta. Puesto en positivo sería que el cuerpo facilite el flujo de las ideas. Deberían amar su cuerpo, permitirle que se exprese, no reprimirle, pensé. Con esto tuve bastante porque puede intuirse que no es poca la complejidad de las ideas.
Todo lo demás, sobre su educación física lo dice él y lo he leído en dos entrevistas: una de cuando tenía ochenta años y otra de este año, con ochenta y cinco.
  
“…tocar el piano, además de la enorme concentración mental que requiere, es un hecho muscular y que, por tanto, hay que tener los músculos preparados…” Luego hace alusión al dolor y las lesiones.
“…el sonido tiene sus leyes y el cuerpo tiene las suyas, y se trata de conjugarlas sin castigar los músculos.”

Joaquín Achúcarro muestra sensibilidad al deporte y, a veces, habla de él como algo ajeno a su ejercicio profesional y próximo a la idea de superación personal que se atribuye a la competición deportiva: (“Nado y monto en bici… subo pendientes del ocho y el diez por ciento todavía”) y, si no fuera músico, dice que tal vez fuera buzo, piloto o tener una relación grande con el mar.

Es consciente de que el deporte que hace tiene un valor instrumental que le permite seguir tocando a los ochenta y cinco años: “No puedo dejarlo: lo tendré que dejar en algún momento, pero de momento continúo; intento estar en buena forma, ser avaro con mis energías para gastarlas en el momento oportuno”. Entiende que esta actitud es aplicable a la vida.
Terminó el Concierto para la mano izquierda de Ravel y con la última nota se puso en pie de un bote, como si hubiera accionado un resorte en su banco, y casi se come al estirado Pedro Halffter.