Ver deporte. Ética y estética.
Estudio para "tardes de deporte" |
Comienza Coetzee diciendo que la virtud de perder
el tiempo viendo deporte es “precisamente eso, porque es una pérdida de
tiempo”. Y termina Auster afirmando que “”Te sientes estúpido
después de pasar el día viendo deporte”.
En cualquier caso ambos reconocen haber pasado entregados
tardes enteras. Coetzee dice que es como el pecado: lo desaprueba pero sucumbe.
Auster dice que es un placer… culpable. Y se justifica porque el deporte tiene
un hilo narrativo, una expresión artística viva. O porque siente empatía cuando
se trata de deportes que prácticó de pequeño.
Y, al hilo de lo narrativo, Coetzee lleva la conversación
al mundo de la estética que dice no poder separar de la ética. Y habla de
héroes, muy útiles para los niños y adolescentes pero que él ya no necesita.
Están de acuerdo en que no van a encontrar ética en el mundo profesional ni,
desde luego, un momento de estética a cambio de un resultado favorable. Aunque
busquen, en esas tardes de abandono en el sofá al deporte, un momento estético
que casi nunca llega.
Paul Auster revuelca su pensamiento en la inutilidad del
arte, del esfuerzo estético: la perfección sobria de Federer, los arabescos con que un ebanista adorna un aparador, la persistencia dolorosa del trabajo de una bailarina. Encuentra en el gesto deportivo un reflejo de esa inutilidad privativa
del ser humano, que le hace grande.
Pero sobretodo Phillipe Petit, el funambulista. Dice que
lo que él hace, estrictamente no es deporte. Pero si no lo es, es lo que cualquier deporte
quiere ser. Como el boxeo o el ajedrez.
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