Stefan Zweig (1881-1942). Las personas se hicieron más bellas y sanas gracias al deporte
Lo que hay que
hacer es leer este libro (Stefan Zweig 2012. El mundo de ayer. Memorias de un europeo Ed. Acantilado) que nos recuerda cuales eran los valores de la construcción europea y el
impulso entusiasta de quienes lo vivieron a principios del siglo XX. La primera
guerra mundial sumió a Stefan Zweig en la perplejidad al ver que todavía el
poder político y militar se parecía más al de la edad media que al del siglo de
la ciencia y el humanismo. Luego la segunda guerra mundial le convertiría en un
apátrida en la propia Europa. Tuvo que irse a Brasil, donde se suicidó en 1942.
En sus
memorias, las referencias al deporte y a la educación física son unas líneas,
pero su testimonio es realmente valioso. Fijaos que párrafos más
esperanzadores sobre los valores del deporte antes de 1914: “…las personas se hicieron más bellas y
sanas gracias al deporte, a una mejor alimentación, a la jornada laboral más
corta….Los domingos, miles y miles de personas, con flamantes chaquetas sport,
bajaban a toda velocidad por las laderas nevadas sobre esquís y trineos, por
doquier surgían palacios de deportes y piscinas…La consigna era ser joven y
vigoroso y dejarse de apariencias dignas y venerables. Las mujeres tiraron a la
basura los corsés que les apretaban los pechos, renunciaron a las sombrillas y
los velos, porque ya no temían al aire y al sol, se acortaron las faldas para
poder mover mejor las piernas cuando jugaban al tenis… Por primera vez vi a
muchachas saliendo de excursión con chicos sin institutriz y practicando
deportes en una franca y confiada camaradería…”
Para él, el
deporte es la educación física deseable y la gimnasia de “las escuelas” le parece
detestable: “Aquel siglo no había
descubierto todavía que el cuerpo joven… necesita de aire y de ejercicio
físico…, dos veces por semana nos llevaban al gimnasio, con suelos de tablones
de madera, donde corríamos sin ton ni son de un lado para otro, levantando a
nuestro paso nubarrones de polvo; trotábamos, además, a tientas, pues las
ventanas estaban cerradas a cal y canto. Así se satisfacían las necesidades
higiénicas y así cumplía el Estado su deber que se resume en Mens sana in
corpore sano.”
En esas
condiciones la actitud de los intelectuales hacia el deporte es de prevención y
él reconoce que no se dio cuenta de lo que aportaba el deporte hasta muy tarde. Cuando escribe sus memorias, en 1941, recuerda:“Tampoco sería fácil hacer entender a un joven de hoy hasta qué punto
ignorábamos, y hasta despreciábamos todo lo relacionado con el deporte…, el
deporte aún era considerado como una actividad de brutos de cuya práctica un
bachiller más bien se debía avergonzar… A los trece años, dejé el patinaje
sobre hielo y usé en la compra de libros el dinero que me daban mis padres para
las clases de baile; a los dieciocho aún no sabía nadar ni bailar ni jugar al
tenis; incluso hoy no sé montar en bicicleta…”.
Aunque no puede
evitar una cierta burla cuando comenta la creciente comercialización: “en el siglo pasado, aún no había llegado a
nuestro continente la ola deportiva. Aún no había estadios donde cien mil
personas bramasen de entusiasmo cuando un boxeador descargaba un puñetazo en la
mandíbula del otro; los periódicos todavía no enviaban a sus reporteros para
que con fervor homérico, llenasen columnas y más columnas informando de un
partido de hockey”. En cuanto a la competición deportiva adopta la
distancia del “Sha de Persia, quien,
cuando lo querían animar a que asistiese a un derbi, manifestó con sabiduría
oriental: “¿Para qué? Ya sé que un caballo puede correr más que otro. Me es del
todo indiferente cuál.”
Lo cierto es
que el hubiera querido otra escuela y otra educación física: “He necesitado años y años para reencontrar
el equilibrio que perdí a causa de esa hipertensión y esa avidez infantiles y
para compensar en parte el inevitable abandono físico del cuerpo…”
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