Un lector (el lector) me envía este comentario
vía E-mail sobre este blog y su contenido. Me habla sobre su vivencia en el
deporte y las razones por la que persiste en su práctica (muy distante de
aquella historia que conté: El deporte: una ruleta rusa). Además
de reconfortarme, lo aprovecho para hacer la crónica de una película con
contenido deportivo (100 metros) vista recientemente a
la que no sabía cómo hincar el diente.
Querido Ratolín Gotelé:
Veo que vuelves a las andadas y además con
ironías y lecturas al alcance de muy pocos. (Quiero decir que nadie suele leer
ahora más de 140 caracteres, no digo ya a Zweig o Satie o Oates). Mejor
aborregarse con el fútbol televisivo de sesión continua, o correr en la cinta
sinfin como si eso te recompusiera, o alienarse con el Black Friday. Esa tarea
intelectual tuya, como una buena autoterapia sanadora, creo que resbala
bastante en los tiempos que vivimos. Mejor todo fragmentado, superficial,
teledirigido, sepultado al segundo siguiente por otro reclamo, y al siguiente
por otro nuevo, empapados de naderías sin ningún calado...
Como no soy estudioso de casi nada, poco puedo
aportar a tus desvaríos lectores y observadores. Ciñéndonos al juego, si puedo
decir que aún hoy -después de tantos años jugando al frontón, al fútbol, al
tenis y al padel casi sin remansos- a mí me ha servido para conocer mejor mi
cuerpo, disfrutar a tope y usar el tarrito de su recuerdo como un bálsamo
reparador. Por ejemplo, aun hoy, cuando tardo en dormirme (como cuando éramos
pequeños y nos llevábamos a la almohada el recuerdo de la última peli de
indios) recurro a repasar a cámara lenta la mejor jugada que completé en el
último partido, el golpe de revés definitivo, la carrera para una dejada
adormecida. O repaso las bromas de los compis, cada uno de su padre y de su
madre, de profesiones disparísimas, pero que jugando actuamos como una fratria divertida,
desinteresada y estimulante. Lejos de toda manipulación, mentira o alienación,
y por supuesto de cualquier atisbo de poder o dominio (todo poder acaba
matando). Y con esas friegas -cada vez más tenues- del recuerdo reciente en la
pista, desaparezco de la realidad para pasar del ensueño al sueño.
En fin, sigue escribiendo. Incluso para los
demás.
PD.- ¿Continúa rondándote tu propósito de ir a
pie de Valencia a Toledo? Jo!
Querido Ramón Luján: Ayer vi una
película malísima, de esas que invocan, con frases lapidarias, trampas
lacrimógenas y épica deportiva, caer y levantarse ¡por mis hijos!, la condición
sentimental del espectador. Se llama 100 metros y trata del esfuerzo de un
enfermo de esclerosis múltiple que consigue acabar un Iron Man, ya sabes, un
conjunto de pruebas (5000 m. nadando 100 km. en bici y un maratón) que se deben
hacer de un tirón. Al salir del cine hablaba con Gloria de la desmesura del
esfuerzo físico para demostrarse a uno mismo de lo que se es capaz a pesar de.
Claro, es un caso real y no tengo nada que decir si a alguien le sirvió: a
quien lo ha hecho enhorabuena. Pero como demostración del valor que tiene el
deporte para dar sentido a la vida, es un ejemplo deplorable. Lo que haces tú:
jugar, disfrutar, hablar, reír y soñar sí que es la medida humana del valor del
deporte.
Un abrazo
Sigo con la preparación del viaje vagabundo
Valencia-Toledo. Empezaré en abril. Ya hablaremos de eso.
Observaréis que el lector escribe mucho mejor
que yo. Por otra parte, en otra entrada, ya decía que este blog solo lo lee dios: amigos, amores, hermanos… A
algún sustancia de esa trinidad, que se mantiene anónimo porque quiere, debo
esta inesperada ayuda.
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