Que buen profesor de educación física hubiera sido
“Si un cuerpo agarra a
otro cuerpo, cuando viene entre el centeno…” (Robert Burns)
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Ser el guardián entre el centeno es un sueño recurrente de
Holden Caulfield, el protagonista de esta novela. En el sueño, el joven Holden,
se encuentra dentro de una plantación de
centeno que limita con un precipicio. Repartida por el campo hay mucha gente
jugando, pero la altura de las plantas les impide verse entre sí. Holden es el
único consciente del peligro que supone el precipicio y se propone evitar que
toda esa gente se despeñe y, para atraparlos antes de que caigan, se vale solo
de su intuición y el rumor de las plantas cuando son agitadas por los que
juegan. Es una labor ingente que hace que se despierte extenuado.
La vida de Holden es una agitada y despistada actividad para
ubicarse en un mundo del que se siente responsable y sobre el que lanza una
crítica desesperada, cargada de razones, suplicando que le entiendan. En el transcurso del relato, Holden se encuentra con el
deporte, con el que establece una relación acorde a su imaginario y a su
actitud interrogadora y crítica.
El deporte es un reclamo, una seña de distinción en la
propaganda de los colegios. Por ejemplo, su colegio se anunciaba con un jinete
de polo. Pero él nunca vio por allí un caballo ni un hombre magnífico, como podía deducirse de la foto del pez
gordo montado a caballo. Son signos de distinción social también, el tenis
y el golf que aparecen en otros momentos del relato.
En el fútbol, se supone que debía ser espectador de “esa gran cosa…que tenías que suicidarte o
algo así si no ganabas”. El asiste a un partido desde lejos, sin participar
de los gritos de sus compañeros y observa:
-
Dos equipos embistiéndose.
-
Los gritos tremendos de sus compañeros.
-
Los gritos bajitos y amariconados de los
contrarios; que son pocos.
-
No hay chicas.
Se mire por donde se
mire es un asco de colegio —Deduce—.
Él practica esgrima, sin demasiado entusiasmo. En un
desplazamiento a otro colegio para unos combates le nombran encargado y pierde
las armas en el transporte. Le llueven las críticas y él solo piensa que “la verdad es que, dentro de todo, tuvo
bastante gracia”. Ese mismo día deja de ir a otro partido de fútbol y se
queda leyendo Memorias de África de
Isaac Dinesen. Solo él y otro chico han dejado de ir y esto le sitúa en un
terreno de autoexclusión, de distanciamiento social; una metáfora de lo que
está siendo su vida en ese momento.
Aparecen muchos más deportes: Su amigo Mal Brossard, está en
el equipo de lucha, le encargan una descripción literaria y describe un guante
de béisbol, habla de patinar y prefiere las carreras en el hielo al hockey, a
su amiga Gallagher le gustaban los deportes atléticos y, a su manera, admira al
equipo de baloncesto: “Esos hijos de puta
de los equipos deportivos, eran una piña”.
Observa a un chico en un bar… “Él hablaba a la chica de un partido de fútbol profesional que había
visto esa tarde. Le contó hasta la última jugada, en serio. Era el tipo más
aburrido que he visto en mi vida”. Estoy rodeado de imbéciles, piensa. Su
hermana Phoebe le reprende: “Nunca te
gusta nada de lo que pasa. No te gusta nada…”
No es así, responde:
Me gusta una monja que
iba haciendo una colecta. Pero no todas las monjas, esa monja.
Ese chico delgadito
que mantuvo su palabra y recibió una paliza y luego se suicidó.
Me gusta estar aquí
sentado, hablando contigo y me gustaría ser el guardián entre el centeno.”
Que buen profesor de educación física hubiera sido.
J.D. Salinger. El guardián entre el centeno. Alianza.
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