El profesor de educación física
como escritor
Todos
los años por estas fechas, Jose Luis Salvador convocaba a sus amigos para
oficiar dos celebraciones: La proclamación de la Segunda República y el día del
libro. La primera se sustanciaba en el rito de repintar la bandera republicana
en el castaño que tenía frente a la ventana de su despacho y la segunda, por el
día del libro, nos regalaba el último que había escrito. Aquellas reuniones bien
pudieron llamarse algo así como: República, amigos, deporte y literatura. Los
oficiantes de estos ritos éramos un grupo variopinto de gente de aquí y de
todas partes y todos y cada uno nos sentíamos protagonistas, aunque cada uno iba
por una o varias de esas razones.
De
por qué celebrábamos la República hay muchas razones en el ámbito de la
ideología y el sentido común. Celebrar la amistad es un rito de bien nacidos y
el deporte era lo que nos unía a la mayoría. Pero ¿y la literatura? ¿Por qué
celebrar la literatura?
En
1974 funcionaba en el INEF de Madrid una Asociación Cultural (sería difícil
explicar el compromiso que significaba una asociación cultural en la
dictadura). Para la mayoría de nosotros, la cultura y el deporte se manifestaban
en planos diferentes. Así, los oficiantes de la cultura, por lo general, eran
los grupos musicales, los escritores o poetas, los directores de cine… Pero
Jose Luis Salvador lo entendía de otra manera y veía deportistas en los
escritores y los poetas… y poetas y escritores en los deportistas. Por ejemplo,
pertenecía al mundo del deporte la oda a Platko que Rafael Alberti escribió y,
por tanto, Alberti al gremio de los deportistas:
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más
rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
Jose
Luis le hubiera propuesto un poema a René Huiguita el iluminado, el portero loco… “Lo pillaron en un trastrueque de rehenes, de esa guerra civil que vive
Colombia, y pasó un tiempo en las cárceles. Pero sigue en juego y, como va con
los pobres, lo mismo les regala un gol a los ricos…” (Evocaciones
cotidianas sobre el deporte)
Por cierto, hay que ver que atracción ejercían los
porteros y el fútbol sobre los poetas republicanos y comunistas: Gabriel
Celaya, Miguel Hernández, Luis García Montero, les dedicaron poemas.
José
Luis, en 1974, ya escribía. Firmaba sus escritos juveniles con el pseudónimo de
Alejo Lezama. Muy hábil el homenaje a los escritores que habían florecido con
la revolución en Cuba: José Lezama Lima y Alejo Carpentier. Porque, además,
pensaba que el deporte y la literatura debían ser actividades comprometidas con
la sociedad.
Para
Jose Luis hablar del deporte desde la cultura era más eficaz que hablar desde
el mismo deporte.
Por eso, desde la Asociación Cultural del INEF propuso
convocar un certamen literario de cuentos con tema deportivo.
No
sé si entendí bien a qué se refería, pero a mí no me costó entender la idea de
escribir sobre deporte. Hacía pocos días que un suceso ocurrido en una piscina
olímpica me había sugerido un cuento. Resumiendo el suceso: un nadador de 1500,
una vez terminados los treinta largos siguió nadando maquinalmente, enajenado,
hasta que su entrenador se tiró a la piscina para detenerlo. Tirando del hilo
de los excesos en el deporte, escribí otro cuento, una parodia, sobre la
obsesión por la fuerza. Mis recientes conocimientos profesionales y la crítica
al deporte sin más objetivo que engordar el músculo, me habían hecho pensar que
para comprender los comportamientos deportivos lo mejor era escribirlos.
Se
los di a leer a José Luis y, con entrenada benevolencia, le parecieron bien y,
cuando fue el momento, me hizo una crítica genérica: Demasiado directo, sobra conocimiento y les falta literatura. Tal
vez fue esa mi primera lección sobre literatura. Yo no lo entendí pero supe que
les faltaba algo que tendría que aprender si quería que otros leyeran lo que
escribía. Estábamos convencidos de que escribir podía hacer mucho por el
deporte.
Ya
en épocas recientes mantuvimos otras conversaciones sobre lo que suponía
escribir y lo necesario que era hacerlo. Hice un escrito, con estructura de
novela negra, que se llamaba: Correr,
correr, lo leyó él y pudimos hablar de forma más concreta sobre la función
de la literatura y la importancia de dejar testimonio de una forma tan peculiar
de entender la vida como es la de los profesores de educación física. El escrito
era muy malo y duerme en un cajón.
Tomarse la literatura
deportivamente. Tomarse el deporte literariamente
El
deporte que amamos (y que es útil para la vida) es aquel en el que, al
practicarlo, nos reconocemos, en lo mejor y en lo peor de nuestra conducta.
Aquel sobre el que volvemos porque queremos revivir un estado de ánimo o una
sensación que ya conocimos o ponernos en la tesitura de la decepción para
aprender a gestionarla y obligarnos a nuevos esfuerzos para mejorar. Lo mismo
se puede decir del que escribe y muestra a los demás lo que hace, para hablar
de ello y aprender.
El
entrenamiento, el uso ajustado de las cualidades adquiridas, los riesgos
calculados pero también la osadía, son herramientas del buen deportista y del
narrador. Lo aprendido aquí se puede aplicar allá y viceversa. Teniendo en
cuenta que, agotado el juego (el tiempo o el relato) siempre pudo ser de otra
manera el resultado.
La
literatura, el deporte y el juego de los niños tienen en común que te cambia
las reglas (o la organización táctica) en el transcurso del juego sin avisar y
te propone nuevos desafíos que te obligan a superarte.
Los
deportistas que escriben y los escritores que encuentran inspiración en el
deporte buscan en la otra actividad lo mismo: vivir más intensamente su
profesión, encontrar las metáforas que expliquen mejor lo que quieren decir.
En
1992 Jose Luis pasa las tardes tumbado en el sofá viendo todas las
retrasmisiones de los juegos olímpicos de Barcelona. En un momento dado se
levanta y, apresuradamente escribe:
“Todo esto lo fui viendo, todo lo fui mirando
con la boca muy abierta, delirando y medio demente, cada vez sentía con más
estupor que todo lo que veía en las retransmisiones en directo desde Barcelona
me iba volviendo loco..., y así tuve la intensísima conciencia de lo muy cerca
que está el deporte de la literatura... Ese arte (y esa obsesión) de estar
preparado para el momento justo, para obtener de la concentración anterior el
máximo provecho, para que todo tenga sentido. Todas las formas de la literatura
se me aparecieron como paralelas de las disciplinas deportivas... un poema, una
narración, un ensayo, una novela... hasta las obras maestras, fruto de toda la
vida... las de Homero, las de Joyce, Camoens o Cervantes...” (Sobre el
ocio. Escrito no publicado)
Conozco unos cuantos profesores de educación física,
entrenadores y deportistas que viven literariamente. No me refiero a los
escritos académicos. Tampoco, exactamente a las memorias de superación o los
recuerdos de los grandes deportistas. Si no a aquellos que, cuando escriben
cualquier cosa, lo impregnan con el sentido deportivo con que viven su
profesión. Así conozco a profesores de educación física que han hecho un libro
de cocina, un libro de poesía, un libro de haikus y dibujos, un relato
biográfico sobre la odisea republicana de sus abuelos. Y en todos subyace el
deportista que llevan dentro. También conozco escritores que viven su
literatura deportivamente: Vázquez Montalbán, Haruki Murakami, Philipp Roth, Joyce Carol Oates,
Paul Auster, Coetzee…
Me costó años comprender que merecía la pena aprender
los rudimentos del escritor para que, cuando se me agotara la fuerza y la
habilidad para compartir con mis alumnos o mis amigos la práctica deportiva, poder
seguir viviendo en manos del vértigo, esta vez en las palabras. Os puedo
asegurar que, lo que siento cuando escribo lo que siento y alguien lo lee con
gusto, es el mismo vértigo que el que sentía cuando conseguía ordenar y exponer
un esfuerzo físico, táctico o coreográfico.
Explorarse a sí mismo.
Algo de eso me ha pasado con el libro del que os voy a hablar. Es un libro
sobre un viaje y la literatura sobre viajes es especial. Para Jose Luis, la
literatura es un viaje en moto. En realidad la literatura no es nada más que la
narración de un viaje, dice él. El regreso de Ulises a Ítaca, la aventura que
emprende Telémaco en busca de su padre. Los referentes viajeros y literarios
que compartimos son Jack Kerouac con su libro, “En la carretera” que nos hizo soñar con la libertad en los años
sesenta. Pero también el relato el viaje de Ernesto Che Guevara (Norton 500, La
Poderosa II) a través del continente americano, en un viaje que forjó su
espíritu revolucionario.
“La cosa (el viaje) consistía en explorarse a sí mismo, mientras las millas se sucedían
vertiginosamente y el único carburante era el tiempo quemado.”
Mi libro, es un viaje caminando. Un
viaje que, como todos los que yo hago empieza eligiendo el cuaderno donde
tomaré notas. Los libros de notas los hago yo mismo. Un viaje que uniera los
lugares en los que he vivido; que comenzara cerrando la puerta donde vivo y
acabaría abriendo la puerta de la casa en la que también estoy viviendo.
Un
proyecto que, aunque no lo escribiera nunca, fuera pura literatura. Y también
deporte, porque el viaje debía funcionar como un juicio de Dios, como una
ordalía, una prueba de que mi deseo, cultivado desde la juventud, de someterme
al ritmo de la luz y de mi energía, que son las mismas razones por las que he
hecho deporte siempre y he sido profesor de educación física.
Y
si se trata de comparar la satisfacción de viajar y escribir con alguna de las
satisfacciones recibidas durante el ejercicio de mi profesión, hacer este libro
me ha procurado la misma satisfacción que la creación de un equipo de vóley-bol
con el que disfrutamos durante un par de años un grupo de amigos. O tal vez la
creación de un grupo de teatro en el que fuimos depositando todo lo aprendido a
lo largo de los años, también acrobacias, danzas y el espíritu juguetón propio
de un profesor de educación física. Tal vez los pequeños poemas que he escrito
en el libro sean actos fugaces como los triples saltos o los saltos de
longitud.
A estas alturas supongo que
ya está claro: viajar como un deportista no es batir records ni de distancia ni
tiempo. En el camino te encuentras mucha gente, ocupada en esos menesteres de
los números y el récord, y no son precisamente deportistas. Se les oye decir:
Este
es mi sexto camino, me faltan tres.
Voy
haciendo etapas de cincuenta kilómetros y un día hice sesenta
En
hacer cuarenta kilómetros tardo…
Acabo
de operarme de la rodilla y voy a demostrar…
¿Almansa?
Debe ser ese pueblo grande… iba con los cascos y no me paré porque tenía que
cumplir el programa.
Me
gusta más la idea de viajar como propone Jose Luis “penetrando el paisaje,
abriéndolo en dos, tienes que tensar los sentidos, afinar la kinestesia y
apuntalar los músculos”. Esto es viajar como un deportista. A
mí no me hizo falta pensarlo, viajaba como un deportista, no podía ser de otra
manera.
Apuntalar los músculos.
Yo jamás había caminado más de veinte kilómetros seguidos, y nunca había hecho
una travesía de varios días. Esta experiencia era nueva para mí. La primera
jornada fue de cuarenta kilómetros y la segunda pasaba de treinta. Tuve algún
pequeño problema al principio con mis pies, otro día con mi cadera. Los ajustes
inevitables a una forma distinta de vivir en la que caminar forma parte del día
a día. Luego caminar se convirtió en una rutina y no tiene más historia. Se
camina, se descansa, se camina. Total, no tienes otra cosa que hacer. Es más
cansada la monotonía del trabajo diario.
Ajustar la kinestesia.
En esos momentos ya me había dado cuenta de que mi cabeza era tan importante como
mis piernas.
Me
preguntó otro caminante: ¿todavía te preguntas por qué estás haciendo esto? Y
yo, sorprendido de mí mismo le contesté que no.
-
Entonces todo está bien, me dijo.
Es
verdad que antes de salir tuve que darme razones para hacerlo:
-
Una obsesión juvenil, reforzada a lo
largo de los años por la literatura.
-
Una idea compartida con mi hermano que
no pudimos cumplir juntos
-
Porque alguna vez hay que hacer lo que
te da la gana. Sin dar explicaciones ni tener razones de peso.
Pero
ahora no pensaba en ninguna. Entonces, si caminar no es un problema y no me une
al camino la fe, ni una promesa, ni ninguna necesidad ¿En qué iba pensando, qué
iba haciendo durante tanto tiempo?
Tensar los sentidos.
Llevo una armónica conmigo y muchas veces, cuando camino canto y hay alguna
canción recurrente que antes o después se me viene a la cabeza. Pero esto no es
suficiente. La información a los sentidos está en el camino.
La
salida de Valencia es por Polígonos Industriales. Hay gente que se salta este
tramo y empieza cuando empieza el paisaje de la Albufera, pero a mí me parece
fundamental para entender el viaje. Los polígonos industriales, a veces,
representan un submundo de feísmo, abandono y basura realmente significativo,
para entender la sociedad en la que vivimos. Hay basura por todas partes y no
entiendes de quien es la culpa. Piensas ¿Tanto desapego tenemos con el paisaje
o con la naturaleza para llenarla de mierda sin remordimientos? Como si los
lugares de trabajo fueran lugares en los que el urbanismo, el cuidado y la
educación no son importantes.
Con
la llegada a La Albufera, pasada Silla, comienza otra realidad. La exuberancia de
flores en las cunetas. Las plantas, además de la sensación estética,
resucitaron en mí un antiguo conocimiento de las plantas que poco a poco fue
ocupando más y más mi cabeza. Viajando con un noruego a él le llamó la atención
el olor de una mata que pisó: ¿A que huele? Me dijo en no sé qué idioma.
Tomillo dije sin pararme, pero él se detuvo y me pidió explicaciones, buscamos
la mata, cortamos un trozo y se la guardó en el bolsillo. Me hizo que le
explicara todas las plantas olorosas: El tomillo, la menta, el orégano, la
salvia, el romero, el hinojo.
Decidí
contar el suceso sometiéndome a la métrica de los haikus…
TOMILLO
Cuando lo rozas
con descuido al pasar
grita su nombre
ese
juego me duró casi todo el viaje y me trajo a la memoria de viajes muy remotos,
casi iniciáticos… Cuanta más curiosidad tienes más fuerzas los sentidos.
El
camino es el protagonista del paisaje del caminante. Cuando viajas de este a
oeste, en el camino se proyecta tu sombra, que con frecuencia es tu única
compañera. Si miras atrás está el sol. Pero lo que más me gustaba es cuando a
un extremo del camino se veía la torre de la iglesia del pueblo del que venía y
al otro la torre del pueblo al que iba. Era una sensación como la del marino
que en la noche ve la luz de un faro y sabe que va bien y se tranquiliza aunque
haya mala mar. Desde que se veía la torre hasta que llegabas al pueblo se
tardaba, al menos, dos horas.
Caminar
es un regalo a la lentitud, al tiempo para ver y sentir. Por ejemplo. El
abandono del mundo rural. Para quienes nacimos a mitad del siglo pasado, el
mundo rural tiene unas características de formas de vida y cultura que ya ha
desaparecido. El viaje por caminos te pone delante de los ojos, casas,
alquerías, masías de gran belleza y de dimensiones humanas. ¿Por qué ya no se
puede vivir en estos lugares tan bellos? A mi edad uno se vuelve sentimental y
la visión de algunas ruinas casi me hizo llorar.
Los
pueblos. Cuidadísimos y vacíos. Nada de vida en sus calles. Algunos, estando en
fiestas, los crucé, los paseé, con la sensación de que estaba interrumpiendo
una quietud… que realmente recordaba la muerte.
Yo
Iba tomando notas de todo, haciendo dibujos, instantáneas del camino. Ordenar
todo este material, rehacerlo al llegar al destino, es volver a empezar el
viaje, otro viaje diferente en el que, estando quieto, comienza el viaje interior,
los caminos te recorren a ti. Y al contar a los demás lo que has hecho te
expones como se expone el que salta a una cancha para medir su habilidad. Y
quienes somos deportistas, volvemos a sentir el vértigo de un salto, un partido
o la escenificación de una danza.
Caminar y contarlo.
En una de mis lecturas de viajes leí que el viaje termina cuando lo cuentas y que
un viaje, a diferencia del turismo, es aquel desplazamiento que, cuando lo has
terminado en algo te ha cambiado la vida, aunque sea un poquito. Y para mí
estar hoy aquí, recuperar este trozo de mi vida ligado al INEF de A Coruña, con
mis amigos de aquí y el recuerdo de Jose Luis Salvador tiene mucho que ver con
la satisfacción de haber viajado y haberlo podido contar. En cierto modo desde
que empecé a escribir este libro tenía en la cabeza que estar hoy aquí era una
de las razones de este libro. Así lo expresé en el colofón de la segunda
edición con mi homenaje a la República que nos reunía aquí todos los años:
Este libro acabó de imprimirse en octubre de 2018
en Martín Gràfic de la Fonteta de San Lluis
a punto de proclamarse la Tercera República
y aniversario de John Lennon:
Imagine all the people
sharing all the world
Gracias Luis me llego
ResponderEliminarBuenas noches estimado, acaso tendrá usted a mano la biografía de este grandioso escritor, Jose Luis Salvador Alonso?
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