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sábado, 18 de enero de 2025

Moby Dick. Herman Melville y Eduardo Gras

 La educación física y la aventura 

Encontrar en la información que llega del cuerpo las razones de lo que se hace o se desea, es la forma primaria de apelar a la educación física. El cuerpo es inductor de las emociones, el soporte de lo posible, objeto que recibe el placer o la agresión primera de lo externo y, porque sabemos todo esto, es susceptible de ser entrenado, preparado, dispuesto para asumir lo que se quiere y lo imprevisible. Esa invocación de lo corporal es lo que hay de físico en los personajes de Herman Melville (1819-1891) que van en busca de Moby Dick.

Así, el narrador de la peripecia, de la que todos conocemos a grandes rasgos el relato, se presenta,

“Llamadme Ismael. Hace años, no importa cuantos exactamente, hallándome con poco o ningún dinero en la bolsa y sin nada de especial interés que me retuviera en tierra, pensé que lo mejor sería darme a la mar por una temporada para ver la parte acuática del mundo”

Satisfacer una curiosidad a partir de una ocupación que le exige la implicación física y sensitiva y le pone en contacto con la naturaleza, la gente y la aventura, más que un trabajo parece un impulso lúdico, juguetón, aventurero. Ya lo dijimos en otro momento, la forma indiscutible de la aventura es la navegación. Erik Satie, cuando relaciona la navegación con los Deportes y diversiones, ve en el movimiento del barco una danza: 

El yate danza, parece que está loco. Para Ismael cobrar por hacer lo que desea le parece coherente, pero no es lo que le mueve al embarcarse. Así lo dice él mismo,

Me embarco como marinero porque insisten en pagarme por mi trabajo, mientras jamás oí que a pasajero alguno se le diese un solo céntimo”. Le parece que pagar por algo que le reporta tanta satisfacción es prostituirse, echarse a perder. Tomemos nota, turistas ociosos que pagamos por un asomo de aventura artificial.

Si la aventura es un deporte, un juego o es divertida habría mucho de lo que hablar. En Moby Dick la aventura que se narra no es ociosa, pero sin duda, para Ismael, rebasa los límites de lo práctico o lo razonable y apela a un vértigo gratuito. Así explica Ismael la dimensión aventurera de enrolarse en la pesquera de la ballena,

“El más importante (motivo) lo constituía la obsesionante idea de la gran ballena, por sí misma. Monstruo tan portentoso y misterioso, despertó mi curiosidad. Luego los mares, los mares remotos y salvajes... Los innumerables e inevitables peligros... todo ello unido a las previsibles maravillas de un millar de vistas y ruidos de la Patagonia, contribuyeron a formar en mí aquel deseo. Para otros hombres, tales cosas no habrían sido estímulos. Me gusta navegar por mares prohibidos y desembarcar en costas ignotas.

No parece trabajo, tampoco deporte, apela a la curiosidad, el deseo, el misterio, lo maravilloso. Y el Capitán Ahab, aún llega más lejos al señalar las diferencias con otras ocupaciones físicas, obsesionado en la captura de la ballena blanca, imbuido de una captura mesiánica, las hazañas deportivas le parecen una farsa, una pantomima risible. En el capítulo Puesta de sol, Ahab está solo, sentado, en la cámara junto a las ventanas de popa, y mira fijamente al exterior,

¡De modo que ahora voy a ser profeta y el ejecutor de la profecía! ¡Esto es más de lo que vosotros fuisteis nunca: grandes dioses! Me río y me burlo de vosotros, jugadores de criket, de vosotros pugilistas. No diré lo que los chicos de las escuelas en las peleas. “¡No me abrumes con tus golpes!”.

Herman Melville nació en Nueva York en 1819 y Moby Dick se publicó en 1851. A Estados Unidos no habían llegado los tratados sobre calistenia, que lo hicieron en 1856, sin embargo, la presencia del deporte en las escuelas ya es evidente y Herman Melville, en la boca del Capitán Ahab, expone sus dudas sobre el valor del enfrentamiento simulado que constituye la base del deporte. En cualquier caso, le parece de un valor muy inferior al de la aventura.

En los estudios de educación física, con frecuencia recalan estudiantes que, de la inteligencia que hay que extraer del cuerpo, entienden mejor la aventura que el deporte. Al fin y al cabo, la aventura puede que sea la forma de actividad física menos contaminada por implicaciones ajenas al juego, como puede ser el mercantilismo, la salud o la apariencia. Este podría ser el caso de Eduardo Gras, que empezó sus estudios en el INEF de Madrid en 1972. De sus memorias, todavía sin publicar, extraigo unos párrafos que están en el origen de su pasión por la aventura, que empezó por el deseo de volar con un ala delta,

¿Quién no ha soñado alguna vez con flotar o volar? Casualmente, anoche mismo, despegué del suelo y agitando los brazos fui ganando altura, poco a poco, sin necesidad de mover las piernas... Entre las ganas de volar como un águila que tuvo mi padre y me supo transmitir y el espíritu de aquel cuervo que se metió en mí cuando le disparé con mi escopeta de perdigones en mi adolescencia, creo que acumulaba suficientes papeletas para despegar del suelo.

Desde ese momento, la aventura le ha acompañado en sueños y en vivencias, que en él vienen a ser lo mismo. Navegar, por el mar o el cielo, como no podía ser de otra manera, ha sido su mejor expresión.

 Hay otros momentos de la novela de Herman Melville en los que se hace referencia a la presencia de lo corporal y a la educación física de los aventureros. La dualidad cuerpo mente, el cuerpo de los demás y la escritura como lugar último de la aventura y la educación física. Eso lo veremos en otra lectura. 


 

 

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