El cuerpo, la palabra y la memoria.
Desde que nacemos cambiamos y no nos preocupamos de las
razones, creces y creces y no pides explicaciones a tu cuerpo. No necesitas gimnasia
ni tutores, creces y ya está. Pero no siempre es así, a veces, después de haber
crecido, haber caminado, bailado, incluso, quien sabe, haber hecho juegos de
manos o piruetas, el cuerpo se detiene o se alborota, se desbaratan las
habilidades cotidianas como coger una cuchara, levantarte para abrir la puerta,
echarte las manos a la cabeza. No contabas con eso, con tener que prestar
atención a cada paso que das. Entonces ¿Qué pasa? De eso nos habla Begonya
Mezquita en su poemario Feridura. La feridura es la denominación
catalana del ictus.
A pesar de ser lector de poesía, se me escapa el criterio por el que pueda evaluar una obra poética, no lo intentaré. Feridura me ha emocionado y, al leerlo, me he visto inmerso en la expresión de un momento vital que entendí que tenía mucho de vivencia corporal. El poemario es una llamada, un grito, sobre la importancia de la percepción corporal en la conciencia de ser.
Sin esperanzas. Frida Khalo |
Esto es lo que entendí del relato que se configura leyendo poema tras poema.
En los primeros momentos, el cerebro, estupefacto, intenta
llegar a todas las partes del cuerpo con los que ha perdido la relación. Entonces
todas las referencias de la vida son físicas, el aire penetra en los pulmones,
pero cada bocanada es un alboroto, respirar ya no es gratis, el cerebro, que ha
perdido el control del movimiento, apela a las imágenes, al recuerdo para
intentar recuperar un esquema corporal que se ha desequilibrado. Entonces
recurres al repaso mental de la anatomía, a esa nueva anatomía que la feridura
le impone, como llegar al codo, a la muñeca, la tensión en la piel, el dolor en
el dedo gordo y la ausencia de la mano al despedirse levantando el brazo, un adeu
sense mà. Un dedo busca la vertical sin poderse levantar, buscas luz entre
los nudillos, los pies se niegan a seguir tus deseos y caes a tierra. Un saco
de huesos ignotos, una carcasa sense esquelet que se desploma. La mano
se vuelve zarpa y el brazo cadell de gos, un cachorro inmóvil, que
acunas en tu seno.
Rehabilitación tras un ictus |
Esto no estaba previsto. Ya eres consciente de que el cuerpo no va a decidir por sí mismo como parecía que hacía antes. También le cuesta seguir tus deseos y la memoria de lo que hacías antes ahora no te sirve. Bailar, el recuerdo de un baile descalza no genera ninguna actividad en el cerebro. Y cuando llega el momento en que comprendes que todo ha cambiado, que no eres la misma, recurres a la palabra. Rescata el mot que t’arrancanva el riure, rescata la palabra y trágate la lágrima atravesada en la garganta. La palabra será el lenitivo, más que el lenitivo, para seguir adelante, para que la presencia de lo corporal deje se de ser tan excluyente. Aquí no se acaba todo. Habrá que crear otra conciencia corporal, verbal, definir lo límites, adecuar las exigencias y encontrar las palabras que conformen la realidad, bailar ya no será lo mismo, pero quien me ha dicho que no podré bailar ¿Quién dijo que el movimiento de la pluma en la mano no era un baile?
Danza pintada |
El cuerpo y la palabra se necesitan para trascender Y si
falta la palabra serán los ojos los que nos expresen, la caricia o la
proximidad. Y solo el desarrollo simultáneo de todas estas sensibilidades puede
conformar la educación física que te permite la presencia en todos los momentos
y en todas las circunstancias.
Decimos
con frecuencia, y cuanto más mayores más veces, que solo damos importancia a la
salud cuando se pierde. Es verdad que solo somos consciente de nuestro ser
dinámico, coordinado, perfecto, cuando se alborotan nuestras neuronas. Cuando
somos mayores es raro que no conozcamos a alguien que ha tenido que volver a
aprender a andar, a coger, a hablar, a escribir. Es un privilegio que alguien
te ponga delante de los ojos su experiencia. Para que, por si no lo sabías, te apliques el cuento, el poema.
Del libro Haikus y dibujos de David Ayora |
Hay
más poemas, poco a poco, cada vez más lejos de aquel momento en el que pudo
parecer que se acababa todo, pero yo ya he dicho lo que quería decir. Hay que
leerlo todo para entrever el momento en el que se encuentra quien tanto coraje
puso en no rendirse.
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