Elogio de las manos. Jesús Carrasco. Seix Barral
El huevo o la gallina. Esta es la tesis de esta novela, ¿Qué fue antes en el proceso de humanización, el movimiento o la inteligencia? Un poco más preciso ¿Las manos o el cerebro?
Me interesé porque oí hablar de esta novela como el relato de quien desarrolla su inteligencia trabajando con las manos y encuentra sentido en las metáforas que el trabajo manual genera. Y antes de que la comprara me la regalaron, porque mis buenos amigos saben de mi tendencia a liarme con herramientas y mejunjes de todo tipo. La misma razón por la que hay quien me llama Ratolín Gotelé cuando estoy en funciones de trabajo manual.
¡Claro! yo soy ese, me dije cuando oí hablar de ella, y puse mi esperanza en que esta pudiera ser mi justificación ante las personas que no entienden por qué disfruto haciendo, reparando, construyendo, creando formas. Por qué siempre hay una ruina en mi vida a la que pretendo dar sentido o cómo me gusta dar nueva vida a lo que otros tiran. O el poco interés que tengo por lo nuevo o lo masivo.
Llevaba leídas un centenar de páginas y no acababa de entender quien era el personaje que elogiaba el trabajo de sus manos en la reconstrucción de aquella casa sobrevenida. Me resultaba confuso ¿Pero vive allí? ¿De qué trabaja? Esta casa, que es la donación de un constructor con el que comparte barco y navegación ¿Qué significa? ¿Entonces, no es algo que él haya elegido, comprado con necesidad y esfuerzo...? Estaba realmente confuso, es más, me estaba recordando aquel libro sobre la invasión de las zonas rurales de algunas personas que se instalan en el campo con una cierta ingenuidad y despiste, en una actitud diletante que a veces genera esperpentos que relata muy bien Santiago Lorenzo en Los asquerosos. Se ve que la vivencia y la integración del trabajo manual en la vida, cuando se produce, es muy diferente en cada persona. Y yo no acababa de identificarme con las peripecias de la novela.
Entonces leí unas consideraciones sobre la corporeidad y la dificultad de vivir atendiendo al cuerpo, “...sentí que el ritmo de Juanlu y Beleña (un amigo y una burra) era el mío. El ritmo que el cuerpo determina según su naturaleza y estado. No la mente, sino el cuerpo. No las intenciones ni los sueños, sino la elasticidad de los músculos, su fuerza, la consistencia cálcica de los huesos, la tersura de la piel. La mente propone, pero es el cuerpo el que dispone, se podría decir”
Me llamó la atención y quise saber un poco más del autor y descubrí que era licenciado en Educación Física, aunque no ejerciera nunca. Bueno, esto tiene otra lectura, pensé. Yo también soy profesor de Educación Física y tal vez la vivencia de la corporeidad sea lo que determina la afinidad que yo buscaba en el elogio al trabajo manual. Tal vez de lo que está hablando sea del trabajo físico más que de las manos. Unas líneas después de ese párrafo dice, “He sabido después
que los animales le debemos mucho a nuestra capacidad para desplazarnos”. Cuerpo y movimiento en la génesis de la inteligencia. Estamos de acuerdo. Pero aún no acababa de ver lo que el trabajo manual le estaba aportando, que era lo qué estaba aprendiendo al trabajar con las manos. Sí, describe su empeño en aprender a soldar, la osadía con la que acomete la tarea y la legítima satisfacción por el logro. Lo entiendo, porque además de licenciado en educación física soy maestro electricista y es allí donde aprendí el orgullo por el trabajo bien hecho y donde tuve la certeza de qué, cuando algo está bien hecho, se aprieta un pulsador y suena un timbre o se acciona un interruptor y se enciende una bombilla. Y no solo eres tú quien se felicita por el éxito, todo el que ve la luz encenderse te felicita por haber obrado correctamente.
Me gustó cuando el autor habla de la relación mente y el cuerpo y reflexiona sobre la fascinación que sentía al ver a su padre trabajar y como aprender a usar un martillo pudo ser el origen de su gusto por el trabajo manual. Y se plantea si no habrá sido al revés, que fuera la experiencia de hacerlo lo que le había hecho reflexionar sobre el poder y la complejidad del trabajo de las manos. También entiendo cuando habla de la enorme satisfacción y el sentimiento de apropiarse de la vida, que a veces parece que se te escapa de la manos, al implicarte físicamente en un proceso de creación o de la mejora de un espacio vital. Los trabajos en los que te involucras físicamente te conducen a resultados tangibles y de visualización inmediata. No son especulativos y ponen ante tus ojos y los de los demás un resultado del que se trasluce, además del éxito o el fracaso, las emociones que acompañan al empeño en hacer.
Tal vez esa fue la razón por la que tantos elegimos la carrera de Educación Física. El conocimiento de que la inteligencia puede emanar de la acción que exige al cerebro su implicación. Esta relación trascendente podría ser la ciencia que justificara la presencia de la EF en los estudios universitarios. Y tal vez eso buscara en ellos. Estoy casi seguro de que esas eran mis razones para educar por medio del movimiento, acortar la distancia entre lo que se hace y lo que se consigue, igual que ya era capaz de accionar un motor o conducir la corriente por laberintos de cables que sin esa función resultaban incomprensibles.
Pero no es fácil encontrar ese arcano en los estudios de educación física. Allí, en una carrera fundamentalmente corporal y física, no se iluminan los laberintos para que la acción se convierta en inteligencia útil, trascendente y significativa. Los procesos en los que el cuerpo se expresa se han cambiado por las habilidades y los resultados. Y esa es una razón suficiente para buscar la conexión de lo que haces con otras formas de expresión. La literatura por ejemplo.
El desafío de hacer útil para la vida una casa en ruinas, reconcilia al autor y protagonista de la novela con los procesos inteligentes que se generan a partir de la acción. Pero la realidad se impone y vivir en un mundo tan exigente como la literatura le obliga a depender de una cultura editorial, pasiva, comercial y, a pesar de haber leído en alguna entrevista que le gustaría vivir de su trabajo manual, le cuesta trabajo desprenderse de la especulación racional al escribir. Tal vez si pudiéramos escribir con las manos, sin que las ordenes pasaran por el cerebro...
Así ocurre que en el elogio a las manos y a la inteligencia que se consigue al hacer, en el libro no aparece ni rastro de lo que aprendió en sus años de licenciatura de EF y sí muchas referencia a su vivencia familiar y citas a filósofos y escritores. Bueno, sí que aparece una referencia a lo que aprendió estudiando anatomía. Esa asignatura memorística que, en los estudios de EF, sustenta la sensación de ser universitarios a los que no confían en el cuerpo y el juego como desencadenante de una inteligencia superior.
Está claro que la idea de que el movimiento, tal vez el trabajo con las manos, es responsable de alguna inteligencia humana, es la tesis de esta novela, pero a mí no me explica y no es problema de la novela, que se lee fácil y con agrado.
Seguiré esperando la gran novela del valor de ponerse manos a la obra. A ver si va a ser El Quijote.
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