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domingo, 21 de noviembre de 2021

El Juego del Calamar

 Dejen al juego y a los niños en paz

Dicen en las redes que hay padres y profesores preocupados por la influencia de la serie de televisión El Juego del Calamar en los niños y que, en algunos casos, sus juegos terminan en violencia, como en la película. Vaya cosa.

No hacía falta demasiada imaginación para ver la presencia de la muerte y la aniquilación del contrario en los juegos infantiles. Sin necesidad de recurrir a la descripción de la violencia infantil en El señor de las moscas, solo recurriendo a mi memoria, es evidente que eliminar a un contrario es la consecuencia lógica de ir consiguiendo objetivos hasta ser el vencedor en un juego. En muchos juegos infantiles se hacían prisioneros, como en el rescate, pero en otros juegos directamente se mataba al oponente y se le enviaba al cementerio, como cuando se jugaba a balón prisionero. Más allá de las metáforas que hacían referencia a la muerte, era normal que en el resultado del juego mediara el dolor. El tin de los pelotazos era un juego en el que se seleccionaba una pelota dura, que pudiera hacer daño y su única finalidad era dar un pelotazo a otro donde más doliera. Una variante era jugar a pies quietos, con el agravante morboso de que el perdedor debía aguantar estoicamente quieto esperando el pelotazo de quien había capturado el proyectil. El daño como objetivo del juego estaba presente en muchos juegos como en policías y ladrones, cuyo desenlace final era una carrera en la que uno, el que había encontrado un cinturón escondido, se liaba a cintarazos con los demás. El colmo del dolor aceptado como objetivo del juego, se daba en el juego de la taba. La taba es un hueso de la articulación de la pata trasera de algunos animales (nosotros usábamos tabas de cordero) que, tirada al aire, según de qué lado cayera, decidía quien mandaba (el rey), quien castigaba (el verdugo), quien se libraba y quien era castigado. Los castigos eran los cintarazos que, por orden del rey, recibía el que perdía. El rey decidía la cantidad, la fuerza y el lugar, y los ejecutaba el verdugo. No era raro acabar llorando. Eran muchos los juegos en los que estaba presente el dolor, pero en los que no lo estaba, si te retirabas antes de tiempo, la salida del juego podía desembocar en un castigo colectivo, que se llamaba la despe, y que consistía en una somanta de manotazos (algún golpe con el puño cerrado se escapaba) que se propinaban al que se iba. Una paliza que duraba lo que duraba una cancioncilla de un anuncio radiofónico que cantábamos al ritmo del linchamiento: Lo que necesita, es una frotadita con Vick-Vaporoub. Se frota y basta. Y en ese final arreciaban los golpes en fuerza y cantidad. (Sobre el juego infantil escribí en el blog Hombre de Palo tres artículos sobre el vértigo de jugar libre. Que están publicados en Cuentos de un zascandil).

Pero no era solo el dolor lo que estaba en juego. En algunas canciones de corro en las que nos sonrojábamos por tener que elegir una pareja, lo hacíamos mientras cantábamos: Tengo una boina verde, chundará, que la tengo que teñir, chundará, con la sangre de… (aquí se elegía el niño o la niña que te debía dar la mano). Que tiroteo, chundará. Que cañonazo, chundará… Y así la barbarie de las guerras civiles se colaba en el contexto de los juegos infantiles.

En el Juego del Calamar no aparece el sutil entramado de normas que desemboca en la eliminación del oponente. El interés del espectador no se consigue exponiendo universo de reglas pactadas y la implicación voluntaria que se produce cuando los niños juegan, ese espacio críptico, inaccesible para los adultos, en el que
Piaget
vio como los niños interpretaban el mundo de los adultos y en el que se apoyaban para su desarrollo. En el J. del C. un tiro en la cabeza acaba con toda duda moral sobre las razones y la aplicación de las reglas y resuelve el morbo del espectador. El juego es una sucesión burda y morbosa de muertes violentas, cuerpos atravesados, cabezas rotas, vísceras desparramadas y sangre en abundancia. Se utiliza el juego, como metáfora de lo que un ser humano es capaz de hacer para ganar. Ante este planteamiento, cualquier otra consideración sobre los valores éticos y morales de la serie, que son muchos y discutibles quedan en la penumbra.

Cancha
Cancha para jugar al Escondite Ingles. Av. Reconquista, bloque 2º

Los adultos no pintan nada en los juegos infantiles, los niños regulan las normas y las aplican para poder entregarse a él sin reservas. Nada se ganaba al jugar al 1, 2, 3 al escondite inglés (en la serie luz roja luz verde). Si acaso, ganar te permitía ser tú el juez que eliminaba a los demás. Y por esa discreta sensación de poder, se aceptaba la discrecionalidad del juez de turno que había apreciado un movimiento de tus ojos cuando se debía estar quieto. En el juego del Calamar se sustituye el criterio del compañero por la objetividad del sensor y el juego pierde su esencia educativa de respeto a la percepción humana (como lo hace el VAR con el fútbol) para convertirlo en un deporte en el que solo cabe la destrucción o el dinero como resultado.

La competición de tracción de cuerda, estira y afloja en el J. del C., oculta el dolor insoportable de las manos y de todo el cuerpo cuando la competición estaba igualada. En contra de lo que propone la serie, pocas estrategias son posibles cuando uno de los equipos es netamente superior en fuerza y peso. Si para desestabilizar a un rival más fuerte aflojas tú tensión, lo más probable es que no puedas rehacerte. El único consuelo, cuando en este juego te sabes inferior, es ponerse de acuerdo para soltar la cuerda y ver como el rival se cae de culo.

Me gusta la diversidad de variantes que se dan en el juego de canicas. La mayoría optan por un juego de azar, se las juegan a los chinos, y solo hay dos muestras de habilidad en la tarea de calcular distancias y recorridos de las canicas y, en los dos casos el resultado se pervierte por la casualidad o por una decisión moral. En ningún caso, nadie vacía la bolsa del otro por ser más diestro.

Ya lo he dicho, la intervención de los adultos en los juegos de los niños es nefasta. No solo hemos destrozado el urbanismo que permite a los niños jugar libres, ahora les arrebatamos el juego para exponer la inmoralidad violenta de nuestra propia sociedad. En el Juego del Calamar se pervierte esa arcadia de normas, ese lugar idílico del juego en el que lo autorregulado está por encima de la realidad y te sometes a las consecuencias de lo que has pactado y decidido. Lo inmoral de esta serie es constatar que para darnos cuenta de que vivimos al límite de la dignidad, haya que recurrir a la metáfora de la muerte utilizando el juego infantil.


El Juego del Calamar (serie televisiva dirigida por Hwang Dong-hyuk. Corea del Norte)

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