No voy a desandarte después de tanto lloverte
Jaime López Fernández, Los amantes periféricos en editorial Bohodón.
Empiezas a leer y te enredas en alguna de las
consideraciones sobre lo que es ser un amante invisible, paralelos, infiel… A mi hoy me ha interesado la
Consideración Nº 4. ¡Ah, la libertad sin
daños colaterales, ese amago de felicidad, esa extraña quimera! porque estoy dando vueltas al esfuerzo que cuesta ser libre. La Consideración Nº 10 cualquiera
de nosotros podría ponerla en su biografía. “Tal vez no seamos nada más que la suma de todas nuestras soledades. Una
insatisfacción permanente acomodada en la vida que solo busca encontrarse al
cabo en cada piel que habita”. Después sigues leyendo y sin darte cuenta te
has sumergido en el ritmo, los sonidos y en el placer de jugar juntando
palabras que te descubren significados que no te esperabas. Tal vez le pase lo
mismo al escritor. Y al tiempo, mientras lees, compartes con los amantes vivencias, sueños, ciudades y lugares
en los que crees haber estado. Cada esquina, cada habitación descrita nos traen un recuerdo.
Llegas a la página cincuenta y cinco con la lengua fuera,
jadeando, “A piel desnuda, sin más abrigo
que mi saliva. Sin otro abrigo que la caricia en llamas de mis manos…” y
tomas aire para darte cuenta de que las endorfinas del placer y la adrenalina
del riesgo deportivo no son nada comparadas con la pasión del amante, “De todos los deportes de riesgo que
practico, tú eres sin duda el que más me gusta y el que mejor me sienta”. Es
un aviso a quienes piensan que el deporte es la mejor herramienta para la
salud.
El amor, el de los amantes periféricos, deja una huella profunda, el deseo
y el temor, de revivirlo. Por eso, antes de que se aleje definitivamente la posibilidad de volver a vivir esa pasión, lo mejor es escribirlo porque “el lenguaje es el lecho perfecto cuando la distancia acecha”. El lenguaje es la herramienta perfecta de los amantes. Las palabras tienen temperatura. Huelen. Poseen el sabor de sus cuerpos. De sus sexos. Son sus manos… No pueden evitar entregarse morbosamente a su oficio de escribientes, “Tocarse con la yema de las letras, penetrarse con ellas…”Y las palabras, lo mismo que hieren a los amantes, hieren el
espacio en blanco del narrador fluyendo, como fluye la acción deportiva del
jugador, del equipo entrenado, sobreponiéndose a la razón y dando lugar a la
explosión, la sorpresa, la acción que no necesita explicación, muacksx, ñam ñam, umm, jejeje. Echo de
menos algún ¡Slurp, Slurp! Me gustan las aliteraciones como cuando dice que “les arriman la rima” “Sin ganas ni
mojigangas“ o hace referencia al “archivo
expiatorio”. Se deja llevar por el ritmo, la asociación de ideas y el
impulso de escribir como cuando habla de “un
perfecto desprendimiento de rutina” o se refiere a la ausencia de “descartes. —Y sin Kant ni Schopenhauer—”.
Jugar, jugar con las palabras porque al fin y al cabo “El sexo sin la palabra es algo fácil: un vicio sano sin aliciente”.
Para conseguir con esta lectura la combinación de sexo y palabra que es algo
inaudito, como él mismo dice.
Es una escritura muy física, quiero decir que expresa los
valores juguetones (y la pasión de vivir, de sentir, de gozar, de darse, de
recibir) del deporte cuando viaja mucho más allá de ninguna cancha. Los amantes
periféricos “juegan siempre fuera de casa”
y arrastran demasiada afición visitante.
Y nada más, porque por mucho que me sugiera esta lectura
tengo que detenerme para no crear un juego paralelo, “no voy a desandarte después de tanto lloverte”.
Además de los Amantes
periféricos, Jaime, que es profesor de educación física y fue jugador de
balonmano incontrolable, ha escrito un impagable libro de cocina, Cocina para indignados. Ha coordinado un libro, Confinados. Manual de supervivencia…, de sus alumnos sobre sus vidas confinadas en
2020. Y hace vino. hablaremos del vino y la educación física en otra ocasión.
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