El juego, la muerte y lo que trasciende
No se crean que todo el que habla de fútbol ignora que el deporte es un juego y todo lo que debemos al juego. Por ejemplo,
Martín Caparros, que es periodista y escritor y argentino dice de Maradona que era capaz “de la sorpresa permanente… Y, más que nada, emocionaba, sabía darle drama a su juego”. Y encuentra un filón para jugar con las palabras al describir lo que es un juego de envite. “…un concierto incierto de tacos, caños y rabonas, pases sin un pase, paseos por la cornisa. Siempre intentaba algo a punto de fracasar por inviable, y en el último instante, lo lograba” Y luego encuentra las metáforas que hermanan al juego y la vida. “Jugaba como vivía, al borde del abismo. La gambeta —la finta, la fingida— es convencer a alguien de que vas a hacer una cosa y hacer otra, la historia de su vida… Era contradicción pura, amagaba para la derecha y salía para la izquierda. Nunca hacía lo que uno imaginaba, aunque terminaba haciendo lo que uno imaginaba, lo contrario”. Y por fin deja en el aire algunas preguntas que, de poder contestarlas, sustentarían una refundación de la humanidad,
“¿Por qué el fútbol sabe crear estos amores? ¿Por qué estas
cercanías? ¿Por qué un país se para, grita y canta para despedirlo? ¿Qué dice
sobre él, pero, sobre todo, qué sobre nosotros?
El juego absorbe, libera, enseña y deja claro a los
jugadores la obsolescencia de su habilidad, el final de la partida. La virtud
es saber cambiar de juego o las normas, porque el juego no es alimenticio y en cualquier momento
se puede empezar el proceso de aprendizaje, adquirir habilidad y envidar a
grandes.
Jose Luis Salvador, puso a Maradona en el mismo altar que a Curro Romero y El Betis de antes, porque en todos ellos se daban las mismas condiciones de jugar como si les fuera la vida en ello, y por eso eran adorados. Pero después de reconocerle todos los méritos del juego, nadie quiere ser Maradona, porque todo lo que le rodea es desmesura y estupidez. Leila Guerriero, la única mujer de la que leo una columna dedicada al jugador, llama la atención sobre la estupidez convertida en genialidad “No importa lo que hiciste con tu vida, importa lo que hiciste con la nuestra”. Y deduce que es el mensaje de un vampiro. El propio Martín Caparrós confiesa su hastío de ser relacionado con Maradona, por ser argentino. También lo dice Leila. Para Boris Izaguirre (me importan las opiniones de quienes son ajenos al fútbol), Maradona forma parte del mismo equipo que integran Trump, Boris Jhonson o Nicolas Maduro. Una plaga nefasta, un equipo de gente que enmascara la realidad a la medida de sus intereses y niegan la esperanza al ser humano.
El peor ejemplo de Maradona, no es todo lo que se metiera, que eso ya sabemos que es malo y sabemos justificarlo cuando la vida se hace insoportable. No seré yo quien le reproche que no se cuidara y que no fuera un buen ejemplo para los niños. Lo peor es que dejó de jugar cuando abandonó el fútbol. Le reprocho que traicionara el espíritu de jugador, que no fuera capaz de aprender del juego, a vivir jugando, a permanecer en el juego durante toda la vida. Que desaprovechara todo lo que tuvo en la mano para perpetuar su genio. J.L. Salvador hace una referencia a la frase atribuida a Truman Capote para que reconozcamos en ella a Maradona “Dios concede, al afortunado, un látigo para fustigarse”. Es la misma idea que Philip Roht convirtió en la novela de la educación física, Nemesis. La autodestrucción del ser humano físico por no haber sido capaz de ser humano.
En la muerte de Maradona leo momentos memorables a cargo de
distintos columnistas. Casi todos los que hablan bien de su juego empiezan
diciendo que les avergüenza el personaje y el uso que se hace de su imagen.
Luego todo son lugares comunes, más que un jugador, fenómeno social, héroe del
pueblo, salido del arroyo, hecho a sí mismo. Precisamente los símbolos, los
significados y el mensaje que no pudo superar.
Este artículo está escrito tres meses después de su muerte basándome en recortes de prensa que guardé en su día.
J.L. Salvador. Evocaciones
cotidianas sobre el deporte. Libros de Bastiagueiro. 2010
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