Parecer
intelectual, parecer deportista
En su libro autobiográfico A propósito de nada, Woody Allen nos dice que del deporte le gusta el beisbol, el baloncesto y verlo en la televisión. Le gustó mucho participar, y de joven jugó al béisbol de segunda base en la liga escolar. Y para describir alguno de los prejuicios más frecuentes sobre la relación de la inteligencia con el juego y el ejercicio físico, lo que hace es aclarar dos errores sobre su imagen corporal y la actitud física que la gente le presupone. Porque es pequeño, delgado y lleva gafas, se le presupone un intelectual y por tanto no puedo haber sido muy atlético. Esto es inquietante, porque no son los intelectuales los que le clasifican entre los ajenos al deporte, sino la sociedad en general y posiblemente los propios deportistas.
No vale que él diga lo contrario, está seguro de que nadie le va a creer “No espero que creáis mi palabra” y nos remite a los chicos del barrio con los que compartió infancia y juventud. “Yo corría rápido y había ganado algunos torneos, jugaba muy bien al béisbol y albergaba la fantasía de dedicarme a ello profesionalmente…” En cierto modo, tiene razón, suena un poco fanfarrón. Es como aquellos saltadores de longitud o lanzadores de peso mediocres que, según pasan los años, van añadiendo centímetros a sus saltos o lanzamientos, hasta acercarse a algún récord mundial. “También jugaba al baloncesto en el patio y era capaz de atrapar una pelota de fútbol americano y lanzarla a un quilómetro y medio de distancia”.
Él, que tanto tiempo
dedicó al psicoanálisis, no le dedica ni una línea a analizar su abandono.
Simplemente parece entender el deporte como un juego que se practica mientras
se tienen las cualidades adecuadas y que no hay que persistir hasta el ridículo
o el fracaso. En este libro no vuelve a hablar de lo físico en el juego, de la
salud ni del cuerpo del actor. Sólo que le gusta ver deporte.
Woody Allen. A propósito de nada. Autobiografía.
Alianza 2020
Más bien parece otra broma de Allen, otra construcción de su personaje favorito, pero en fin. El episodio me trae el recuerdo de mi deserción del futbol, ya convertido en 'futbito' (vaya palabro, por cierto) desde muchos años antes, o del tenis. Sí, claro, la edad, ser consciente de tus limitaciones, avistar el peligro de las lesiones y todo eso. Jugué al dichoso futbito hasta casi los cuarenta, quiero decir en competiciones menores. Y recuerdo que cuanto más me acercaba al final, cuanto más 'viejo' me hacía, más me obsesionaba. Pero el día que un árbitro me expulsó del campo comprendí que se me había acabado la pólvora, que ya tiraba mano de aquellas guarrerías que de joven detestaba en los veteranos, aquellas trampillas, aquellas marrullerías de los malos perdedores. Y aquel día dije adiós al futbol, porque había encontrado la excusa perfecta. I qui no es consola és perquè no vol. Un abrazo.
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