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martes, 15 de julio de 2025

Esta no es una historia de fútbol, ¿o sí? J.A. Aunión

 Hacer deporte tiene sentido si te cambia la vida. Un nuevo desafío para el deporte.

 

Espacio histórico de la Casa de Campo de Madrid

La implantación social del deporte ha ido ganando terreno (y a veces perdiéndolo). Por referirnos solo al deporte en su forma moderna podríamos observar varias formas de transición en su uso. De la aristocracia a lo popular. de la élite a lo común, de lo excepcional y ridículo a la normalidad, incluso a ser tendencia en modas y hábitos, de lo masculino a lo femenino, de ser peligroso para la salud a ser la panacea del bienestar (y viceversa), de la afición a lo profesional, de ser motivo de chanza “unos adultos en calzoncillos corriendo detrás de una pelota” a envidiar y desear la suerte del tener un hijo en la élite del deporte (del que da dinero). El deporte ha ganado en masa de practicantes, aunque a veces se han perdido, a favor de la comercialización, valores populares y humanos que es lo que hace valioso al deporte. Pues bien, en este momento, el deporte se encuentra en la disyuntiva de ser baluarte en contra o punta de lanza a favor de la inclusión y la superación de los estereotipos de género.

Para hablar del deporte para todos, como un juego popular e inclusivo, aprovecho un artículo de El País Semanal de fecha uno de julio de 2025. que con el título Esta no es una historia de fútbol, ¿o sí? cuyo autor es J.A. Aunión y las fotos de Manuel Vázquez, en el que habla sobre las razones y la forma en la que miembros del colectivo LGTBI+ han fundado un club para jugar al fútbol. El club del que se habla es el Stonewall FC nacido en Londres en 1991, considerado uno de los equipos LGTBIQ+ más exitoso del mundo.

Iré al artículo un poco más adelante, porque antes quiero hablar de algunas experiencias que he conocido sobre el intento de hacer inclusiva la práctica deportiva frente a la presión mediática del deporte espectáculo y profesional. Naturalmente, solo hablaré de lo que tengo en la memoria, porque esta no es una investigación, así qué, en lo que yo diga caben todas las excepciones que tengan que ver con la experiencia del lector.

folcloricas-R0mCbvlFDb0x9jHDs6aHrWM-1248x770@El Correo

Sobre los síntomas del cambio social del que yo tengo memoria haré referencia a aquellas parodias sobre el fútbol femenino de los años setenta del siglo pasado, los partidos de
folclóricas contra finolis. La burla salía hasta en el NODO y la dimensión de la zafiedad de todos y cada uno de los detalles y comentarios, ya entonces, hacían sonrojar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad. En la actualidad creo que serían delitos de odio. Lo peor es que entonces ya había equipos femeninos de fútbol que trabajaban duro y que, por supuesto, no tenían ni asomo de publicidad. En diciembre de 1970, se habían enfrentado en Villaverde, Madrid, los equipos femeninos del Sizam contra el Mercacredit. Con resultado de detención para sus organizadores. Así que los partidos de folclóricas y su secuela, la película de Pedro Masó, Las Ibéricas F.C., no hicieron nada más que meter el dedo en la llaga de la represión de la mujer. Y que nadie me diga que eran otros tiempos, aquella basura no era por los tiempos sino por la dictadura cutre que los regulaba.

Sobre la crítica fundamental, la que da entrada a este artículo, de la perdida del valor del fútbol como juego, divertido y educativo, haré referencia a dos experiencias personales.

Imbuidos del fervor del valor social del deporte, en 1976, salimos al mercado laboral la séptima promoción del INEF de Madrid. En aquellos años, en el mundo de la educación física, el fútbol sufría una crítica descalificante como material pedagógico, y aún más como engrudo social.

Un compañero y amigo, imbuido de filosofía marxista, llegó a ser director del patronato deportivo de una ciudad del extrarradio de Madrid. En busca de un movimiento vecinal que aglutinara el entusiasmo de grupos sociales grandes, significativos, se encontró con el fútbol. Con esta herramienta consiguió movilizar a grupos de padres y madres que se implicaron con entusiasmo en la participación de sus hijos en entrenamientos y campeonatos locales. Después, él dejó la gestión municipal, se retiró a la enseñanza con la satisfacción de lo conseguido y, cuando volvió unos años más tarde para conocer la evolución de aquella experiencia, se encontró una escuela deportiva en la que los niños llevaban camisetas del equipo dominante en la capital y unos criterios de selección que excluía cualquier valor del hecho de jugar. Los padres de aquellos niños peleaban entre ellos y buscaban culpables entre entrenadores y responsables de las razones por las que su niño no ascendía de acuerdo a los méritos que ellos mismos les atribuían. Mi amigo volvió a su cuarteles de invierno, quiero decir, a maldecir del fútbol por selectivo y violento física y socialmente.

Otros casos, más recientes, son los de compañeros de profesión entusiasmados con la teoría del valor educativo del deporte, aunque con dudas sobre el valor del fútbol por su excesiva exposición al dinero y el machismo. Sin embargo, para sus hijos, encontraron en el fútbol una herramienta educativa eficaz. Puede ser por la exposición a la socialización de la habilidad y el esfuerzo. También, y teniendo en cuenta que saben de lo que hablan, por la educación psicomotriz que podían extraer de aquella práctica. Uno de mis amigos persiste en la experiencia y está contento. Pero ¡Ay! Mi otro amigo vio como la necesidad de avanzar en los aprendizajes puso ante sus ojos una realidad menos amable. Ni el conocimiento de los entrenadores, ni la ideología oculta (la legitimidad de la trampa si se saca ventaja, violenta y machista), ni la actitud de los padres que esperaban algo diferente a la educación (éxito y fichas), hacía recomendable seguir allí. Demasiado frecuente, yo también lo he visto en nietos y allegados.

Y ahora vamos al artículo del que hablábamos, Esta no es una historia de fútbol, ¿o sí? cuyo autor es J.A. Aunión. En él se da voz a distintos componentes del club, el Stonewall FC nacido en Londres y considerado uno de los equipos LGTBIQ+ más exitoso del mundo. Ya lo habíamos dicho. En mi lectura me limitaré a resaltar aquellos conceptos que nos recuerdan que el deporte es un juego y nos ayudan a poner distancia con el deporte profesional, comercial y, con demasiada frecuencia, portador de valores simbólicos demasiado onerosos.

Dice Joseph Prestwich, actor e investigador universitario y miembro del colectivo LGTBI+, “Es jueves por la noche, día de partidillos de cinco contra cinco... es un día importante de la semana, siempre es una noche divertida. Es agradable ver a los amigos. Ponernos al día... Es muy agradable tener un sitio así, donde puedes olvidarte de todo lo demás.” El club es el lugar seguro. Así empezó todo Sólo queríamos jugar al fútbol juntos, sin pensar en ser los mejores del mundo. Solo pensábamos en jugar, divertirnos e ir a tomar algo al pub..,

Dice Eric Najib, el entrenador “Nosotros jugamos a un nivel muy alto. La cuestión es dejar atrás los estereotipos. Por el hecho de ser gay no te tienen que gustar únicamente los musicales o el ballet, te pueden gustar los deportes y y ser bueno”. Dice Kokkinopliti, “En este club puedo ser queer, sensible y política, hacer amistades y jugar con personas trans, personas no binarias, con todo tipo de gente, y además ser tomada en serio como futbolista. También estoy aquí para eso, para jugar buen fútbol”.

Pablo Ortiz, que no pertenece al colectivo LGTBI+, es un aliado, que vive en Londres desde hace siete años explica sus razones para estar allí, Me encanta jugar, pero sobre todo, el sentimiento de comunidad y el ambiente; aquí no se escuchan esos comentarios que he oído tantas veces en otros equipos... Y quiero apoyar a quienes no han podido jugar al fútbol de una manera tranquila cuando eran adolescentes”. Otro aliado, Tony Cornforth, que ha jugado en varios equipos, resalta ese espacio tramquilo en el que no hay masculinidad tóxica, “Yo deje de jugar en esos equipos precisamente por eso, por ese ambiente que no iba conmigo.”

Creo que cualquiera haríamos deporte con esos objetivos que nos devuelven al sentido lúdico en el que se basa este blog, Deportes y Diversiones. El empeño de un colectivo que lucha permanentemente y con muchos frentes abiertos, por ganar su espacio social, nos pone delante de los ojos la trascendencia del juego para impulsar la propia vida. He oído decir que un viaje es el que te cambia la vida, que un buen libro también ayuda. Quiero esa idea para el deporte, hacer deporte tiene sentido si te cambia la vida.

En todas las manifestaciones deportivas alternativas al fútbol de toda la vida (sic) hay un aspecto común en su definición, que es la referencia a la diversión, al deseo de divertirse jugando, que es una posibilidad que niegan al deporte espectáculo y profesional. Y en el caso de los clubs inclusivos, y también en el el caso del deporte femenino, liberarse con una actitud beligerante, entrando en su terreno, del machismo tóxico del que, con demasiada frecuencia, está adobado el deporte.

El club inclusivo de Barcelona Panteres Grogues

No abordo en este comentario aspectos de la inclusión de género en el deporte que requieren otros niveles de discusión, en este momento me faltan argumentos que no sean la radicalidad de mandar a la mierda, por haber perdido el sentido humanista, educativo y aglutinador social, al deporte mediático, espectáculo o profesional.

Esta historia va de fútbol, pero no solo. Para mucha gente se trata de una afición que trasciende el mero disfrute de practicar un deporte o ver un partido, es una forma de vida” (J.A. Auserón).

 

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