Joseph Conrad. El espejo del mar. Reino de Redonda, Traducción de Javier Marías.
Erik Satie(1866-1925) dedicó
un capítulo de su obra Deportes y Diversiones a los bailes de los veleros en el
mar . Su mirada sobre
el deporte es estética y juguetona. Cada vez es más difícil encontrar una
mirada así y a alguien que consiga la suficiente distancia para no emborronar
su criterio sobre el deporte con las urgencias de la catarsis, el dinero o el
patriotismo. Joseph Conrad (1857-1924), contemporáneo de
Satie, también mira al deporte como una diversión, un producto del ocio, en una
época en la que apenas se adivina el brutal negocio en el que se convertirá.
Adolfo, marino de tierra adentro, que se transforma cuando entra el viento |
Marinos y regatistas.
Los regatistas en
1910 son “hombres nacidos y criados para el mar, que pescan en invierno y
practican la vela en verano”. Compiten por afán de victoria. Bien, esta es otra
versión sobre el origen del deporte. Ahora ya no es producto del ocio, sino del
trabajo y el deseo de competir para demostrar su pericia por encima de la de
los demás. En cualquier caso, los marinos que compiten en las regatas lo hacen
en ratos de ocio. Ya sea porque no tienen trabajo o porque es una manera de
conocer mejor su barco y desarrollar su pericia.
Otra cosa será
cuando los barcos de vela desaparezcan, porque sean sustituidos por el vapor,
cosa que ya está ocurriendo, porque entonces los regatistas solo competirán por
amor al mar y al arte antiguo de navegar a vela.
Los espectadores, la estética, el glamour y la pasta
“Ríe uno de puro
gozo al contemplar una de sus elegantes maniobras”. Para el espectador, el
disfrute del deporte de la vela es estético. Tanto por las embarcaciones, a las
que Conrad encuentra semejanzas con las aves como por sus movimientos, frutos de
la pericia humana y del conocimiento del mar y los vientos “El deslizamiento
sobre el agua, más parece una función natural que la manipulación de un
artificio”. Dice Erik Satie: EL yate navega, parece que está loco. Y le dedica una composición musical.
Conrad ve en el
deporte de la vela el juego que desemboca en el placer estético, la belleza
necesaria, la que es fruto del esfuerzo y el amor por la técnica, no la que
emana de la victoria, la violencia o la hazaña próxima a lo sobrehumano y por
tanto de la muerte.
Antepone la ética
de la estética, al glamur que rodea el poder. Alrededor de los veleros se dejan ver los poderosos, vestidos
para la ocasión, en reuniones llenas de apariencia, en las que aquellos que han
puesto el dinero para que fuera posible la aventura, reciben los parabienes de
todo el mundo y pagan su vanidad. No es de extrañar que a este deporte acabara
acercándose la nobleza, reyes que encontraron en los barcos, un lugar dónde
exhibirse, aunque fuera como el tripulante 18. El glamur, punta de lanza del mercantilismo.
Amistades peligrosas |
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Tu entras en la
competición solo como peso muerto.
Después
escribiría: “El mar y el viento,
tiranos extremadamente volubles, están ahí desde la fundación de este jodido
planeta y frente a ellos cualquier magnate no es más que una pulga
insignificante” (En un recorte de El País de fecha desconocida).
Peso muerto, pulga
insignificante. El mar y la navegación a vela es una excelente metáfora que
pone a cada uno en su sitio.
La metáfora y lo que se aprende navegando
Tratar con hombres es un arte tan bello como tratar
con el mar.
Conrad, en todo el
libro, no deja de darle vueltas a la idea de que navegar a vela, es una
metáfora de la vida y de la muerte y cuando habla del deporte de la vela,
considera que esta relación se estrecha. Las regatas, así, son un compendio de
la navegación que se produce en un tiempo reducido y es necesario comprender
rápidamente la materia de lo que se está tratando.
Hay que entender
qué, aunque todos los barcos y todos los hombres se pueden gobernar (o tratar)
del mismo modo, cada uno merece que se le conozca individualmente. Y que se le
reconozcan sus méritos antes que sus defectos.
Lo importante (de los hombres y los barcos) es saber
de lo que estará dispuesto a hacer por uno cuando se le pida que muestre lo que
guarda en sí por un movimiento de simpatía.
Aunque “gobernar
barcos tal vez sea más bello que gobernar hombres” porque un barco detectaría
siempre a un impostor y no dejaría que lo manejase. Piensa que ningún farsante
ganaría nunca una regata. Si un deportista solo pensara en el triunfo, más que
en adquirir pericia y excelencia, jamás lograría una reputación eminente.
“Olvidarse de uno
mismo, renunciar a todo sentimiento personal” en aras del deporte, del bello
arte, es para un deportista la única forma de desempeño.
Tal vez, Conrad se
exceda en la descripción de un deporte y deportistas angelicales. Ideales casi
de la caballería artúrica, impensable en el deporte actual de prisa y de
consumo. Pero tenemos que perdonarle, porque ¿de qué vale el deporte si no
representa ideales ilusos?
Conrad, no sé si
lo dice así de claro, pero su libro lo destila, piensa que el deporte y el espíritu
deportivo, surgen del mar, de dónde los biólogos dicen que surge la vida, pero,
para Conrad, el deporte fue primero.
Foto secuestrada del perfil de facebook de Carlos |
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