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jueves, 26 de marzo de 2020

Joseph Conrad. El deporte es anterior a la vida


Joseph Conrad. El espejo del mar. Reino de Redonda, Traducción de Javier Marías.
Erik Satie(1866-1925) dedicó un capítulo de su obra Deportes y Diversiones a los bailes de los veleros en el mar . Su mirada sobre el deporte es estética y juguetona. Cada vez es más difícil encontrar una mirada así y a alguien que consiga la suficiente distancia para no emborronar su criterio sobre el deporte con las urgencias de la catarsis, el dinero o el patriotismo. Joseph Conrad (1857-1924), contemporáneo de Satie, también mira al deporte como una diversión, un producto del ocio, en una época en la que apenas se adivina el brutal negocio en el que se convertirá.

Adolfo, marino de tierra adentro, que se transforma cuando entra el viento
Marinos y regatistas.
Los regatistas en 1910 son “hombres nacidos y criados para el mar, que pescan en invierno y practican la vela en verano”. Compiten por afán de victoria. Bien, esta es otra versión sobre el origen del deporte. Ahora ya no es producto del ocio, sino del trabajo y el deseo de competir para demostrar su pericia por encima de la de los demás. En cualquier caso, los marinos que compiten en las regatas lo hacen en ratos de ocio. Ya sea porque no tienen trabajo o porque es una manera de conocer mejor su barco y desarrollar su pericia.
Otra cosa será cuando los barcos de vela desaparezcan, porque sean sustituidos por el vapor, cosa que ya está ocurriendo, porque entonces los regatistas solo competirán por amor al mar y al arte antiguo de navegar a vela.
Los espectadores, la estética, el glamour y la pasta
“Ríe uno de puro gozo al contemplar una de sus elegantes maniobras”. Para el espectador, el disfrute del deporte de la vela es estético. Tanto por las embarcaciones, a las que Conrad encuentra semejanzas con las aves como por sus movimientos, frutos de la pericia humana y del conocimiento del mar y los vientos “El deslizamiento sobre el agua, más parece una función natural que la manipulación de un artificio”. Dice Erik Satie: EL yate navega, parece que está loco. Y le dedica una composición musical. 
Conrad ve en el deporte de la vela el juego que desemboca en el placer estético, la belleza necesaria, la que es fruto del esfuerzo y el amor por la técnica, no la que emana de la victoria, la violencia o la hazaña próxima a lo sobrehumano y por tanto de la muerte.
Antepone la ética de la estética, al glamur que rodea el poder. Alrededor de los veleros se dejan ver los poderosos, vestidos para la ocasión, en reuniones llenas de apariencia, en las que aquellos que han puesto el dinero para que fuera posible la aventura, reciben los parabienes de todo el mundo y pagan su vanidad. No es de extrañar que a este deporte acabara acercándose la nobleza, reyes que encontraron en los barcos, un lugar dónde exhibirse, aunque fuera como el tripulante 18. El glamur, punta de lanza del mercantilismo.
Amistades peligrosas
En calidad de 18th man subió Juan Carlos I de Borbón a una embarcación de la Copa América. En las mismas circunstancias, el periodista Manuel Vicente tuvo que oír de Miguel Jauregui, capitán de aquel velero:
-          Tu entras en la competición solo como peso muerto.
Después escribiría: “El mar y el viento, tiranos extremadamente volubles, están ahí desde la fundación de este jodido planeta y frente a ellos cualquier magnate no es más que una pulga insignificante” (En un recorte de El País de fecha desconocida).
Peso muerto, pulga insignificante. El mar y la navegación a vela es una excelente metáfora que pone a cada uno en su sitio.

La metáfora y lo que se aprende navegando
Tratar con hombres es un arte tan bello como tratar con el mar.
Conrad, en todo el libro, no deja de darle vueltas a la idea de que navegar a vela, es una metáfora de la vida y de la muerte y cuando habla del deporte de la vela, considera que esta relación se estrecha. Las regatas, así, son un compendio de la navegación que se produce en un tiempo reducido y es necesario comprender rápidamente la materia de lo que se está tratando.
Hay que entender qué, aunque todos los barcos y todos los hombres se pueden gobernar (o tratar) del mismo modo, cada uno merece que se le conozca individualmente. Y que se le reconozcan sus méritos antes que sus defectos.
Lo importante (de los hombres y los barcos) es saber de lo que estará dispuesto a hacer por uno cuando se le pida que muestre lo que guarda en sí por un movimiento de simpatía.
Aunque “gobernar barcos tal vez sea más bello que gobernar hombres” porque un barco detectaría siempre a un impostor y no dejaría que lo manejase. Piensa que ningún farsante ganaría nunca una regata. Si un deportista solo pensara en el triunfo, más que en adquirir pericia y excelencia, jamás lograría una reputación eminente.
“Olvidarse de uno mismo, renunciar a todo sentimiento personal” en aras del deporte, del bello arte, es para un deportista la única forma de desempeño.
Tal vez, Conrad se exceda en la descripción de un deporte y deportistas angelicales. Ideales casi de la caballería artúrica, impensable en el deporte actual de prisa y de consumo. Pero tenemos que perdonarle, porque ¿de qué vale el deporte si no representa ideales ilusos?
Conrad, no sé si lo dice así de claro, pero su libro lo destila, piensa que el deporte y el espíritu deportivo, surgen del mar, de dónde los biólogos dicen que surge la vida, pero, para Conrad, el deporte fue primero.

Foto secuestrada del perfil de facebook de Carlos

 Yo conozco algunos deportistas que practican así el deporte de la vela: Carlos, que ama los barcos y el mar, Adolfo, marino de tierra adentro, que se transforma cuando entra el viento y el capitán Lluch y la tripulación del Alteva.

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