Ya hace mucho que se jugó el Campeonato Mundial de Fútbol.
Esos días escribe tanta gente de fútbol que apabullan los argumentos críticos,
no es fácil separar el trigo de la paja y, como además es verano, dejas de lado
las fatigas de escribir y te tumbas a la bartola. Así, meciéndome panza arriba,
a la brisa generosa de un treinta de junio de Xàbia, ojeaba un Levante EMV. En
la portada Jorge Rodríguez, alcalde de Ontinyent sospechoso de alguna
trapacería, se da un baño de adhesiones incondicionales sonriente ¿Por qué
sonríe? Tres bebés ahogados frente a las costas de Libia. Vísperas del partido
de España contra Rusia, que evoca el gol de Marcelino de 1964 y el subidón del
honor patrio de la dictadura. Parece un periódico de aquella década.
Pasolini no hubiera escrito actualmente sobre deporte, simplemente por
el rechazo que produce la descomunal industria y la cínica manipulación de le
ética y la moral del juego. A mí me pasa algo parecido, rechazo el deporte
cuando me apabullan con él a mayor gloria de la patria y el negocio.
Cuando me creía inmune al fervor mundialista, varios
artículos que hablan de fútbol y deporte, de muy distinta índole, me llaman la
atención, los leo y decido guardar el periódico para ver si en otro momento se
me ocurre algo que escribir.
En la página cinco, Josep L. Pitarch se sincera y dice lo
que tantos piensan y dicen en petit
comité: Vull que perda la roja.
Quiere que pierda la selección española por la hartura de exhibicionismo
españolista, el patriotismo descerebrado, la imbecilidad en la vestimenta, los
sentimientos identitarios desnortados. A mí me gusta el argumento, que Pitarch
no dice, de que si eliminan a la Selección, entonces solo quedamos viendo el
fútbol los que nos gusta el fútbol. El columnista dice que “el fútbol se la bufa”, aunque no lo
parece.
Luego reparte argumentos, generalmente mal informados, sobre
el impacto económico del fútbol, el abuso de las autoridades que los apoyan y,
por fin, confiesa la auténtica razón por la que quiere que pierda La Roja: La exaltación de la selección española va en
contra de quienes no estamos de acuerdo con este Estado. Cabe pensar que si
nuestro estado fuera. por ejemplo, republicano, a J.L. Pitarch ya le gustaría La Roja. Y en
eso no estamos de acuerdo porque yo con ningún estado quiero que me representen
las selecciones nacionales. Yo en realidad quiero que pierdan todas las
selecciones nacionales, que se ahoguen con todos sus estandartes y que a los
jugadores les saquemos a hombros al cántico de “hemos ganao, hemos ganao, el
equipo colorao” y que les paguen sus madres con besos.
Me gusta lo que dice al final. Yo también me lo he
preguntado: ¿Dónde se meten los del honor
patrio y las camisetas coloridas cuando pierden? Porque se habrán dado
cuenta de que la mayor parte de los equipos pierde, de los treinta y dos
equipos que jugaron este mundial, solo uno ha ganado.
Apenas recuperado de este artículo, en la página siguiente
Nicolás Junquero escribe un artículo insólito: “La universalidad del deporte”. El artículo es como la Carta Europea del Deporte de la
UNESCO. Dice cosas tan bonitas como que “En
la mayoría de los países se utiliza la práctica deportiva para transmitir valores
democráticos para la resolución de conflictos de tolerancia y paz”.
Inquieta un poco que diga que eso ocurre en la mayoría de los países, es decir
que en algunos se utiliza para otra cosa. ¿Para qué? No se me ocurre: ¿Para
manipular a la gente? ¿Para negocios sucios, como blanqueo de dinero, evasión
de impuestos?
Con que hubiera dicho que esto es lo deseable pero que está
muy lejos de la realidad parecería menos una declaración de intenciones de
UNICEF, UEFA, FIFA, MUFACE¿?...
Cuanta F, en las siglas, como las de la F1 que aparece en el
mismo diario porque “la jueza de la F1 cita como investigadas a once empresas…”
En la foto, Camps y Rita Barberá resolviendo conflictos democráticos
relacionados con el deporte.
Pero lo bueno viene en el suplemento Posdata en el que el
poeta Carlos Marzal escribe su Futboliada.
Pero esto, que tiene más enjundia lo leeremos otro día.
Todo en el mismo día, 30 de junio de 2018
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