El cuerpo del caminante, las ciudades y las canciones del camino.
No se puede caminar si no se tiene cuerpo, claro. Todo lo que hacemos, lo hacemos cuerpo mediante. Al caminar
sudamos, nos cansamos y mejoramos nuestra capacidad para caminar más. Todo eso es muy corporal, muy físico, pero nada
de eso es el objetivo de caminar. El objetivo… allá cada uno.
Yo, como todos, cada día visto un cuerpo. Un día lo visto de
vago, otros de chapuzas (pintar, arañar la tierra…), de aventurero, de playero,
lujurioso, de presumir, de cansado, místico, enamorado… Y para caminar, ¿qué
cuerpo utilizo? Yo creo que el mismo con el que bailo o juego. El cuerpo que
canta, con el que toco cualquier instrumento musical y con el que escribo o
hago garabatos. Un cuerpo que me expresa, me calma y me permite ser yo mismo,
es decir, no preguntarme quien soy.
Nada de lo dicho me permite decir, sin que alguien lo
discuta, que caminar sea un deporte. Las aburridas y nunca concluyentes
taxonomías del deporte dirían que caminar es una actividad individual que
presenta incertidumbres con uno mismo y con el medio, como el ciclismo de
montaña o la escalada. Sólo que el caminante lo que consigue son certezas sobre
las dimensiones del mundo, acordes a las
proporciones del cuerpo.
Nos hemos puesto renacentistas y humanistas. Eso del mundo acorde a las proporciones del cuerpo tiene ecos de las proporciones áureas de Vesalio, de Rousseau y a la naturaleza como maestro o del mismísimo Kant cuando habla de la realidad extensa y el movimiento como modo de atraparla.
Nos hemos puesto renacentistas y humanistas. Eso del mundo acorde a las proporciones del cuerpo tiene ecos de las proporciones áureas de Vesalio, de Rousseau y a la naturaleza como maestro o del mismísimo Kant cuando habla de la realidad extensa y el movimiento como modo de atraparla.
¿Qué querrá decir el anuncio ese de café con leche? |
Dice David Le Bretón que “caminar es una forma de conocimiento que recuerda el significado y el precio de las cosas”. Esto, desgraciadamente, le aleja de la idea común de deporte. Qué pena que el deporte no reclame para él esta trascendencia.
Dedica el autor otro capítulo a las ciudades. El caminante
se transforma cuando atraviesa una ciudad (depende de la ciudad. Lo explica muy
bien Italo Calvino en sus Ciudades Invisibles). El caminante mira la ciudad sin
poseerla, cruzándose con gentes para quienes cada rincón tiene un
significado.
La corporeidad del caminante (también del viajero) en una ciudad, cambia. En mi memoria está como recorrimos Palermo empapados en sudor,
esa manifestación de la corporeidad que nos desvivimos por disimular cuando la
ciudad en la que estamos es la nuestra, y a pesar de ello lo consideramos nuestro mejor viaje.
Sin duda el de corporalidad más evidente.
Elijo, para dejarlo ya y no hablar más de este libro, el capítulo que
hace referencia a las canciones que canta el caminante, a veces en voz alta,
otras susurradas pero, en todo caso, seguro de que es la mejor interpretación
posible. Desinhibido e impune, perpetra todas las tropelías posibles a la
armonía y el tiempo. Silencios eternos en los que el cerebro queda en suspenso
antes de continuar o, tal vez, de dejar de cantar hasta el día siguiente.
Yo canto Caminito del
Indio y otras cosas insólitas que ni recordaba. Y ¡ay! tengo
que confesar, cosas de la edad, algunas marchas de esas que la OJE copió a
los nazis alemanes. De Lili Marlen recuerdo a Marlen Dietrich como la nostalgia que te hace llorar; yo tengo mi propia
letra.
Elogio del caminar
es un libro de cabecera para el caminante. También para el viajero y quien
desee volar sin levantarse de una silla.
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