De la orgía de literatura sobre deporte que se desencadena cada vez que hay una Olimpiada o un Campeonato del Mundo de Fútbol, yo hago una selección poco rigurosa. En primer lugar, mis hábitos lectores me tiene que poner el articulo ante los ojos y, después, algo me tiene que llamar la atención, en este caso es el autor de quien había oído hablar. Algo suyo leí.
El caso es que Carlos Zanón escribió en el País dos
artículos sobre fútbol: uno cuando se iban a jugar las
semifinales, y otro en vísperas de la final. El primero se llama Pasión por una lavadora y el segundo Gloria y fracaso. Tópicos y lugares comunes, pensé. Aunque no estaba de acuerdo con la afirmación de que en el funcionamiento de una lavadora, que lo compara
con el estilo de juego de los equipos semifinalistas, no haya pasión. Eso es
porque no ha sacado a su lavadora de su encastre, la ha puesto en un pasillo
junto a otra y ha programado el centrifugado para ver cuál de las dos corre
más. Yo he visto una carrera de lavadoras en el bar de Moe en Los Simpson. Seguro
que no se le ha ocurrido hacer el amor sobre una lavadora cuando está
centrifugando (cuatro millones y medio de entradas en Internet).
Ya había desechado ninguna aportación de sus artículos
cuando, en el último párrafo, vi que se autodenominaba futbolero. Como no estoy
de acuerdo con la definición que da la Real Academia del significado (Perteneciente o relativo al fútbol. Persona
aficionada al fútbol o que practica este deporte) decidí ver a que se
refiere el escritor (ni se me ocurriría decir escribidor) cuando se autodenomina
futbolero. Deduzco que, al futbolero:
No le gusta el fútbol sin héroes ni villanos. Sin gente a la
que odiar o amar.
El buen juego le da igual (Bélgica juega bien, pero qué más da). A esta selección, con
Francia, Croacia e Inglaterra son a las que compara con la sosería de la acción
de una lavadora.
Para que el fútbol guste a un futbolero se necesita el intangible histórico, emocional o trágico
(o todo junto). Y aclara: selecciones
para las que un partido es el sustituto de una batalla, de una declaración de
independencia, corregir mapas, escapar de barrios y vidas sin expectativas.
Se necesitan jugadores
(Muchachos que sus vidas quedarán marcadas para siempre después de jugar una
final) con estigmas de derrotas…
Jugadores (que se
debaten entre ser
alguien distinto de los demás o ser uno más, indistinguible) que saben
que cada vez que tocan el balón hay millones de corazones encogidos…, con
problemas de todo tipo.
Jugadores que lanzan
penas máximas jugándose la vida…, deseosos de entregar la felicidad a una turba
de descerebrados… ¡Qué agobio ser jugador!
Dice que lo importante del fútbol es que te enseña a perder. Pobre
docencia, ¿que hubieran dicho de mí si hubiera enseñado eso? Yo enseñaba lo que
hay que hacer para jugar bien. A perder te enseña la vida. Phillipe Roth escribe: Enséñame a un buen perdedor y te
enseñaré a un perdedor. Y continúa con una retahíla memorable. Perder es tedioso, agotador, anodino,
deprimente, aburrido, extenuante, comprometido, vergonzoso, humillante,
enervante, descorazonador… Produce dolor de cabeza… es dañino para la
confianza, el orgullo, los negocios, la armonía familiar, la potencia sexual…
hace que la gente llore, grite, se esconda mienta…Es la mayor causa de
suicidios y asesinatos… Vuelve malvado al noble, cobarde al valiente. Es motivo
de desprecio…Cuanto antes nos quitemos de encima a los perdedores, más felices
estaremos todos” (La gran novela americana :312).
Y por último, el futbolero compensa la vida con fútbol.
Sobre este tópico terapéutico, sencillo y contundente lo dice Mario Conde, el detective habanero de Leonardo Padura: "Le hubiera gustado poder ir al estadio, necesitaba aquella terapia de grupo, que tanto se parecía a la libertad, en la que podía decir cualquier cosa, desde putear a la madre del árbitro hasta gritarle comemierda al "manager" del propio equipo, y salir de allí triste por la derrota o eufórico por la victoria, pero relajado, afónico y vital" (Pasado perfecto)
Sobre este tópico terapéutico, sencillo y contundente lo dice Mario Conde, el detective habanero de Leonardo Padura: "Le hubiera gustado poder ir al estadio, necesitaba aquella terapia de grupo, que tanto se parecía a la libertad, en la que podía decir cualquier cosa, desde putear a la madre del árbitro hasta gritarle comemierda al "manager" del propio equipo, y salir de allí triste por la derrota o eufórico por la victoria, pero relajado, afónico y vital" (Pasado perfecto)
Lo dejamos aquí. Debe ser terrible ser futbolista con esas
responsabilidades y también ser futbolero como Carlos Zanón. Y no digo que
sea mentira lo que dice, aunque parece que se deja llevar por su vena poética y
una cierta contundencia, como si los futboleros fueran personajes de novela. Y
da pavor pensar lo manipulable que es una masa de personas inmersas en esos
intangibles.
Ser futbolero no es lo que dice la RAE en su diccionario
(perdón por la osadía de contradecir a tan regia institución pero supongo que la
relación de los Académicos con el deporte debe ser, como mucho, de futboleros).
En el campo semántico del fútbol ya había suficientes palabras para describir
lo relativo a este deporte y a sus aficionados: futbolistas, jugadores (cada
uno con su especificidad), entrenadores, directivos, aficionados de distinto
carácter: hinchas, hooligans. Desmond Morris escribió El deporte rey y Vicente Verdú El
fútbol, mitos y ritos sin tener que utilizar esta palabra. El futbolero fue
un término popular, despectivo, que nació para denominar al descerebrado, al
que era incapaz de ver en el fútbol un juego, alguien que veía en el fútbol…
todo eso que dice Carlos Zanón que ve. El futbolero, en su acepción popular,
era un subproducto de la manipulación que se hace del fútbol para convertirlo
en religión, negocio y patriotismo. Un mal aficionado, igual que un escribidor
es un mal escritor.
Es frecuente que muchas de las personas que se ven
retratadas en una pasión impropia, es decir muñida por otros, se revuelva e
intente hacer del menosprecio timbre de orgullo. Pasó con las marujas a las que Rita Barberá quiso hacer un monumento. Futbolero a mucha honra es un exabrupto
similar, menos dramático, al resignado Vivan las cadenas.
En fin. A Carlos Zanón le comparan con Vázquez Montalbán. No
digo que no ni que sí (más bien que no). Pero el deporte en Vázquez Montalbán
era mucho más serio y más pensado. Seguro que a Vázquez Montalbán ni se le
hubiera ocurrido autodenominarse futbolero. Lean de este autor Política y Deporte o la intriga de
Carballo situada en las Olimpiadas de Barcelona. Y lean algo de Zanón. Yo volveré a hacerlo…, el día menos pensado.
De sus artículos me quedo con la última frase de su artículo
Gloria y fracaso, que no encaja en
nada de lo que hay escrito en estos artículos: Para lo que se necesita
coraje es para vivir y jugar.
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