Poder admirar a los deportistas sin sentir vergüenza
Un ejercicio de cinismo |
Para quienes amamos el deporte (otro diferente al más
comercial) nos encontramos ante la esquizofrenia de alegrarnos por la conducta
plausible y la tristeza por la excepcionalidad. Y. sobre todo, por la certeza
de que la difusión de estas noticias suponen una cortina de humo sobre “la corrupción masiva e impune de las
estructuras deportivas y la sociedad narcotizada” que lava la cara con el
recordatorio puntual de los valores sociales del deporte.
La frase anterior la he construido parafraseando un artículo
de Ignacio Varela. Esta es la buena noticia, que algunas personas (no
precisamente implicadas en el deporte o sus estudios universitarios), comienzan a denunciar la decrépita democracia del deporte.
Como siempre, recomiendo que se lean los artículos, aunque a
mí me gustaría añadir algo a lo que dicen. No estoy totalmente de acuerdo en
todo. Por ejemplo, en que el cáncer del deporte español tiene su origen en los
Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. En ese momento España se puso al nivel
de otros países occidentales en cuanto a comercialización del deporte; pero en
otros sitios, las olimpiadas, no habían causado esa conmoción. Simplemente, los
juegos en 1992 llegaron a una población sin educación deportiva ni física y el
éxito deportivo y comercial obnubilo a una “sociedad
narcotizada” que confundió la gimnasia con la magnesia, el ejercicio, al que
constitucionalmente tenemos derecho, con el espectáculo y el dinero. Y así
sigue sin que nadie haga nada por cambiarlo.
Malabares con la pelota |
Hablando de la transición. Rafael Cortés Elvira, que está en
candelero y esperemos que, si se lo merece, pronto esté en la picota (en
sentido figurado), fue un puntal en la transición de la dictadura a la
democracia en España. Quienes entonces éramos estudiantes en el INEF,
recurrimos a él para ver si desde el PSOE se impulsaba la normalización de los
estudios de Educación Física y Deporte. El resultado es el que ahora, que se
denuncia la corrupción en el deporte, sabemos por artículos como el de Roberto B. Ballesteros. Debió aprender pronto la doctrina Felipe González del “que más da que el gato sea blanco o
negro" y se puso a cazar ratones”.
Comentaba, hablando de la socialización de las masas, el
proceso que siguió la gimnasia y el deporte para convertirse en una herramienta
del fascismo y alertaba sobre la lectura que podía hacerse de lo escrito
aplicándolo al deporte actual.
El deporte necesita una terapia de choque, desactivar el
tinglado económico, al menos en lo que depende del Estado, para que quienes
admiramos a deportistas como Nadal, Gasol, Beitia (y muchos más) podamos valorar
su esfuerzo sin tener que obviar la inmundicia que los rodea.
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