Viajar, volar, saltar, caminar, escribir.
Intentando volar en 1972 |
¿Es
viajar un deporte? Pues depende de lo que cada uno piense que es deporte. Para
mí, que saltar era como una iniciación al vuelo, viaje y deporte se parecen
mucho. Lo escribí cuando reflexionaba sobre mi primer viaje en solitario en
1971: “El viaje es una forma de despegar,
de vértigo lleno de imágenes, de correr y volar para ver todo desde lejos”.
La
lectura de este libro la utilizo como introducción al viaje caminando o al
caminar como forma de viajar que es un proyecto que acaricio. Supongo que lo de andar estará más cerca de lo que es deporte que la idea del
viaje.
Michel Onfray divide al mundo en sedentarios y nómadas y la historia de la humanidad
se puede construir atendiendo a estas dos formas de estar en el mundo. Del
nómada dice que es un elemento incontrolable, imposible de seguir. Al menos
hasta la llegada de los teléfonos móviles. Y define el viaje como un arte que
induce a una ética lúdica. Dice cosas bellísimas de la condición del nómada.
Quien se sienta nómada no debería dejar de leer este libro.
El
viajero elige su destino pero por algún imperativo ontológico cada uno marca
una tendencia. Hay viajeros que eligen el mar, los bosques, los desiertos, las
llanuras, las islas… Yo creo que soy de islas, que son como tener todo el mundo
al alcance de la mano; pero no estoy seguro.
Otro
detalle que nos interesa compartir con el autor es la idea de que un viaje
empieza en una biblioteca o en una librería, que es donde se generan los
fantasmas de la ilusión y la imaginación “fantasmas literarios o poéticos”. También
que el registro del viaje es la escritura porque con ella recapitulamos los
múltiples desajustes que el viaje provoca en nuestras vivencias.
Después
de elegido el destino y alimentada la imaginación comienza el viaje en el
preciso momento en que se cierra la puerta y se da la espalda al hogar para
comenzar a alejarse, situarse en terreno de nadie, donde todavía es posible dar
marcha atrás. Luego, al poner tierra por
medio se siente más difuso el origen; y aquí es necesario referirse a Ítaca, porque
el destino del viajero es volver.
La
experiencia del viaje es de uno mismo, aunque en el viaje no se vaya solo. Y la
experiencia necesita de la inocencia, vivir el viaje sin prejuicios. Ejerciendo
la memoria, pero sin referirse a ella, para entender lo que se ve, lo que pasa
en el camino.
Escribí
cuando tenía veintiún año, en un solitario viaje de fonda y tienda de campaña: “El caso es que me quedó una deuda ni se
sabe en qué rincón de mi cerebro con la calle Mayor, 103 y la imaginada Alameda
por donde pensé a mi amigo en sus correrías de verano, y estoy castigado a recordar
el numero 103 siempre que se habla de Daroca o cuando paso cerca, y a fijarme
en la copa de los álamos que hay más allá de la ciudadela”.
Al releerlo recordé que había ilustrado el libro |
“Me entretuve en tomar notas de lo que veía y
hacer algún dibujo, para perpetuar lo que estaba viviendo. Intento fallido,
cuando lo leo años más tarde, en la mayoría de los datos, sólo encuentro la
constancia de que estuve”.
Sin
embargo, en el mismo diario, un nombre, solamente una palabra, alborota mi
memoria: Aurora
“Al sentir que podría estar cerca percibía la
emoción y el escalofrío de los contactos que habían quedado pendientes, me
estremecía por un amor adolescente en el que nunca se formuló un deseo o un
sentimiento” (Notas de 2002 sobre un diario de 1973).
A estas alturas, quien lea esto, puede estar pensando que qué tiene que
ver esto con el deporte. El caso es que yo tengo una memoria de la experiencia
atlética tan vital y tan literaria, tal vez poética, como lo que narro del
viaje y es, posiblemente, el mejor legado que me ha dejado la práctica
deportiva.
Mi próximo deporte es viajar andando, leer y escribir.
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