El boxeo quisieron domesticarlo en los Collegs británicos,
también los deportistas prusianos, y revestirlo de un academicismo que lo
preservara para las élites: misión imposible; cuando descubrieron que los
negros peleaban por su libertad y los pobres por su supervivencia, los
defensores de la supremacía blanca salieron en tromba para censurar y prohibir,
no ya el boxeo, sino la imágenes de un negro vapuleando a un blanco (Leer Jack London. El combate del siglo). En la misma línea, con los matices que se
quieran observar, sorprende en la actualidad el celo censor de periódicos y
televisiones hacia el boxeo, sin que nadie se pregunte por qué no se atreven a
erradicarlo.
No creo que sea casualidad que el boxeo, que es un deporte
en el que siempre demostraron la supremacía los negros y los pobres, haya sido
tan prohibido, tan ocultado y censurado. Solo los cubanos han hecho pedagogía
de su práctica.
El boxeo arrastra una enorme carga ideológica. Pasolini describe a Nino Benvenuti: “El arreglo del pelo, su gesto de bribón y
gallardo, la raya canalla”. Luego descubre su conexión con el
utraderechista Movimiento Social Italiano MSI, y denuncia un destino físico en
la ideología.
Eduardo Arroyo, cuando habla del boxeo en España, explica
por qué se fusiló al semicadáver de Carlos Flix (destrozado previamente de una
paliza): “Franco no torturó y mató
solamente a los intelectuales, sino que persiguió a unos simples boxeadores por
ser ídolos de su pueblo y solidarios con él”.
En estos otros libros que ahora traigo a colación, vuelve a
aparecer el carácter literario del boxeo. Dice Luis Nucera en el prólogo de
Panama Brown, el libro de Eduardo Arroyo: “La
literatura sobre el boxeo, o deportiva
en general, no es competencia de la universidad… son los mismos boxeadores los
que la forjan. Es una literatura del lumpenproletariado”.
Busco en ensayos y manuales una voz que, desde fuera, zanje
esta cuestión sobre la relación del deporte con la inteligencia y viene en mi
auxilio Emilio Lledó que dice, al hablar de Epicureo: “En los entresijos de la piel, en el callado territorio de la propia
estructura corporal, yacía el fundamento… para poder descubrir la hermandad
(del cuerpo) con la naturaleza y con el mundo”(:33). “Esa vuelta al cuerpo nos
enseña, entre otras cosas, que él es el sustento de toda cultura, de toda
historia, de toda sociedad” (:90).
Boxeo y literatura es un libro de Eduardo Arroyo que
además de escritor es artista plástico (tal vez debería haberlo dicho al
revés). En él abre una nueva dimensión del alcance de la simbiosis del deporte
y el arte: “El boxeo sí era un deporte,
pero también y sobre todo, era un terreno de sufrimiento; en cuanto al
cuadrilátero, metáfora de un cuadro virgen, pronto se convertiría en una
superficie cubierta de agua, sangre, resina y sudor” (recogido en el
prólogo de Fabienne di Rocco). El resto del libro son documentos y narraciones
gráficas, pero un libro que muestra secuenciádamente imágenes, se convierte en
una narración: Historias insinuadas.
El boxeo es una metáfora de la vida y de la literatura, dice
Moehringer, que añade: Del mismo modo que
en realidad nadie quiere que boxees, nadie quiere que escribas. Nadie quiere que
hagas nada, pero si has de hacerlo prepárate para la pelea” También es una
metáfora del deporte.
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