Nunca volvería a jugar a hockey sobre hierba
Antes de seguir con la Teoría del
deporte de Joyce Carol, (Mágico, sombrío impenetrable. Alfaguara, 2015) ha llegado a mis manos, como clavo que cae del cielo
cuando ejerces de martillo, la historia de Emile Laurent (El País, 9 de julio
de 2016), que es la chica con mejor resultado en las pruebas de selectividad
francesa. Es noticia porque se sobrepuso a un suceso de acoso durante sus
estudios. Pues bien, dice: “Mucha gente
dice que los buenos alumnos no hacen deporte porque se les da mal, pero en mi
caso realmente tengo motivos”. Extraña información en el contexto de una
noticia que no sé si lo es.
No es este el caso de Lou-Lou que
abandonó el deporte, a pesar de la emoción por la admiración de su padre y, sin
embargo, persistió en ella el apego agradecido a su padre por aquello del
diente contado en la entrada anterior.
Tanto Emile como Lou-Lou (y Carol
Joyce) son mujeres y no es baladí el detalle. Hablan del deporte como un suceso
en su vida que ocurrió antes de que hablaran con la serpiente ,
de que pactaran con el mundo su propia ubicación. Lou-Lou deja el deporte: “La mayoría de las chicas abandonan para
siempre los deportes de equipo al terminar secundaria” y cuando escucha a
su padre rememorar aquel suceso en el que perdió un diente, le abruma y le
disgusta. “Lou-Lou, mi hija más
asombrosa. No hay nada misterioso o sutil en ella, es todo corazón. No es
oscura ni tortuosa. Es una atleta”. A ella no le gusta “Con frecuencia tenía la sensación de que no
me conocía en absoluto; creaba una caricatura o una historieta, adornada con mi
nombre”. Acaba renegando de la admiración de su padre por aquel suceso tan
físico, que sólo se revela en su corporeidad. Desea otra admiración indefinida,
que nunca llega.
Hay otro matiz en sus vivencias
del Hockey: “Nosotras queríamos creer que
nuestra profesora de Educación física, mujer de extremidades nervudas y
penetrantes ojos oscuros, era por lo menos lesbiana. Que los hombres no le
interesaban” pero descubre que ella y su padre comparten algo más que la
preocupación por la pérdida de su diente y los sorprende en una cita; “Me escandalicé y me sentí traicionada. No
por mi padre sino por Tina Rodríguez… Nunca se lo contaría a mis compañeras de
equipo. Nunca volvería a jugar a hockey sobre hierba”.
Que el deporte sirve para muchas
cosas que nada tienen que ver con el juego, que en el deporte subyacen
dependencias emocionales, que las chicas abandonan el deporte antes del
bachillerato, que los chicos sienten fascinación por lo físico del
comportamiento, que hombres y mujeres no comparten deporte y sienten al otro
sexo como extraño en las relaciones deportivas, que el deporte sigue viéndose
como una traba para el desarrollo intelectual. Es más fácil encontrar estas
reflexiones en una novela que en la planificación del currículo de las
Facultades de Educación Física.
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