De la orgía de literatura sobre deporte que se desencadena cada vez que hay una Olimpiada o un Campeonato del Mundo de Fútbol, yo hago una selección poco rigurosa. En primer lugar, mis hábitos lectores me tiene que poner el articulo ante los ojos y, después, algo me tiene que llamar la atención, en este caso es el autor de quien había oído hablar. Algo suyo leí.
El caso es que Carlos Zanón escribió en el País dos
artículos sobre fútbol: uno cuando se iban a jugar las
semifinales, y otro en vísperas de la final. El primero se llama Pasión por una lavadora y el segundo Gloria y fracaso. Tópicos y lugares comunes, pensé. Aunque no estaba de acuerdo con la afirmación de que en el funcionamiento de una lavadora, que lo compara
con el estilo de juego de los equipos semifinalistas, no haya pasión. Eso es
porque no ha sacado a su lavadora de su encastre, la ha puesto en un pasillo
junto a otra y ha programado el centrifugado para ver cuál de las dos corre
más. Yo he visto una carrera de lavadoras en el bar de Moe en Los Simpson. Seguro
que no se le ha ocurrido hacer el amor sobre una lavadora cuando está
centrifugando (cuatro millones y medio de entradas en Internet).
Ya había desechado ninguna aportación de sus artículos
cuando, en el último párrafo, vi que se autodenominaba futbolero. Como no estoy
de acuerdo con la definición que da la Real Academia del significado (Perteneciente o relativo al fútbol. Persona
aficionada al fútbol o que practica este deporte) decidí ver a que se
refiere el escritor (ni se me ocurriría decir escribidor) cuando se autodenomina
futbolero. Deduzco que, al futbolero: