La insalvable distancia de las mujeres con la guerra... y el
deporte.
Ahora las mujeres sí que hacen deporte y, a los equipos de mujeres triunfadoras, les llaman “las guerreras” invocando la odiosa asimilación del deporte a la guerra que las hizo esclavas.
Voy a ir al teatro para ver Las Troyanas, de Eurípides. La versión de Alberto Conejero dirigida por Carme Portaceli.
Voy a ir al teatro para ver Las Troyanas, de Eurípides. La versión de Alberto Conejero dirigida por Carme Portaceli.
Una coalición de aqueos destruye Troya (siglos XII o XI a.C.). Ha costado años en los que los guerreros han protagonizado batallas, más
o menos gratas a los dioses, de las que se ufanan por el honor y la virtud en
su desempeño. La razón de la guerra: el rapto de Helena, una mujer bella a la
que su marido deja al cuidado de Paris para irse a otra guerra.
Los dioses, Poseidón y Atenea, enfadados por algún desaire,
hacen naufragar las naves de los griegos cuando, terminada la guerra, vuelven a casa. Salvan la de Odiseo (Ulises), pero dificultan su vuelta a
casa con mil peripecias.
La guerra de Troya y las aventuras de Ulises, contadas como
verdades patrióticas y didácticas, corrieron de boca en boca durante siglos en
Grecia y, el bardo Homero, que sabía escribir, los recogió en La Iliada y La
Odisea. Se dice, y me parece verosímil, que el origen de las
Olimpiadas son las representaciones teatrales de la heroicidad de los griegos
en Troya convertida en competición (el agón).
Luego, en el siglo V a.C. Eurípides, tal vez con la
intención de desmitificar tanta tontería olímpica y heroica, relata las
consecuencias, las catástrofes colaterales de aquella guerra. Las mujeres de
Troya, una vez que sus maridos han perdido la guerra, han perdido a sus
compañeros y, lo que es más doloroso, a sus hijos. Ellas serán esclavas,
enterradas en vida o muertas.