Atravesar el Parque, seguir caminando
hacia el sur y llegar al río fue una decisión adolescente tomada en grupo. Para
eso ya no se pide permiso, ni nos acompaña nadie. Una vez allí, mirando al rio,
hablamos del amor, los deseos o el futuro, que siempre señalan caminos que
recorrer.
No hay ningún cartel que diga prohibido
bañarse, no es necesario, porque todo el mundo sabe que cuando el Tajo se
retuerce a su paso por Toledo, aunque parezca manso, es un río traicionero. Los
peligros del río están escritos en la cabeza. Las falsas orillas camufladas
entre cañas, un paso en falso y estás dentro del agua, y luego no puedes salir,
porque te arrastra la corriente o te atrapa el lodo. No teníamos edad de
escuchar monsergas ni pensar que hubiera relación entre el temor y la
prudencia. Si es agua, puede nadarse, debimos pensar mientras nos dejábamos
llevar por la corriente del centro del río, desde el torreón del Baño de la
Cava hasta la represa de la Fábrica de Armas, acariciados por remolinos con
fama de traga-hombres, besados por ramas que no se ven venir y te hacen dar un
respingo, avisados de que los peces allí no son pequeños. Al final de la
corriente está Lisboa, desde allí vienen las gaviotas que nos chillan, después
el mar y después…
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