Poder admirar a los deportistas sin sentir vergüenza
Un ejercicio de cinismo |
Para quienes amamos el deporte (otro diferente al más
comercial) nos encontramos ante la esquizofrenia de alegrarnos por la conducta
plausible y la tristeza por la excepcionalidad. Y. sobre todo, por la certeza
de que la difusión de estas noticias suponen una cortina de humo sobre “la corrupción masiva e impune de las
estructuras deportivas y la sociedad narcotizada” que lava la cara con el
recordatorio puntual de los valores sociales del deporte.
La frase anterior la he construido parafraseando un artículo
de Ignacio Varela. Esta es la buena noticia, que algunas personas (no
precisamente implicadas en el deporte o sus estudios universitarios), comienzan a denunciar la decrépita democracia del deporte.
Como siempre, recomiendo que se lean los artículos, aunque a
mí me gustaría añadir algo a lo que dicen. No estoy totalmente de acuerdo en
todo. Por ejemplo, en que el cáncer del deporte español tiene su origen en los
Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. En ese momento España se puso al nivel
de otros países occidentales en cuanto a comercialización del deporte; pero en
otros sitios, las olimpiadas, no habían causado esa conmoción. Simplemente, los
juegos en 1992 llegaron a una población sin educación deportiva ni física y el
éxito deportivo y comercial obnubilo a una “sociedad
narcotizada” que confundió la gimnasia con la magnesia, el ejercicio, al que
constitucionalmente tenemos derecho, con el espectáculo y el dinero. Y así
sigue sin que nadie haga nada por cambiarlo.
Porque en lo que si estoy de acuerdo es que al deporte no ha
llegado la transición democrática.