20121217 El
cuerpo viviente y flotante. El conocimiento de la belleza y de la santidad
Hace algunas
entradas, me referí al templo de Ártemis en Braurón, en el Ática. Y como
Isadora Duncan sintió que aquello que quería decir con su danza encontraría
razón, como la encontraron poetas, filósofos, músicos, en la areté (excelencia)
y la práctica de la paideia (enseñanza humanista) de la antigua Grecia. Ya
había tomado contacto con la mejor educación física europea en el Instituto
Gimnástico de Estocolmo. “…me
parece que la gimnasia sueca está destinada a un cuerpo estático e inmóvil,
pero no al cuerpo humano viviente y flotante” Eso dijo allí y supo que no
la entendieron.
Su empeño tenía
que ver con otras dinámicas: “…he
venido a traer un renacimiento de la religión por medio de la danza, para
elevar al público el conocimiento de la belleza y de la santidad del cuerpo
humano mediante la expresión de sus movimientos” Sus maestros: Rousseau, Walt Whitman y
Nietzscheze.
Así que, como el
poeta antiguo (murió Hölderlin en 1843 en Tubinga), siguió el vuelo de las
grullas y cabalgó sobre delfines en busca de la cultura que antepuso la
excelencia a ser el mejor, para encontrar “hombres antiguos, vagando
confiando en sus fuerzas, con fe en el mañana” “Vírgenes puras de Atenas que
esperan transidas de angustia…” “relucen gimnasios abiertos, cunas
reciben los dioses y, audaz, una idea sagrada sube en el éter: descuella en el
soto bendito el altivo templo Olimpeo que casi ya atisba inmortales regiones”.
Con un
entusiasmo sin prejuicios, como solo conozco en las mujeres que danzan, se plantó en Grecia: “¡Por
fin henos aquí, al cabo de tantos trabajos, en la sagrada tierra de la
Helade !
¡Salud, oh olímpico Zeus! ¡Y Apolo! ¡Y Afrodita! ¡Preparaos, oh musas a bailar
de nuevo!". Así de
exuberante y desnortado era su intento.
Si se le
concedió la inmortalidad a Hölderlin por su ejercicio poético de capturar lo
universal de la cultura clásica ¿Por qué no a ella en el ejercicio de la danza?
En el Templo de
Ártemis las mujeres se reunieron para la danza y el juego y de sus restos
arqueológicos Isadora Duncan pudo entrever una manera de bailar: Si capturo la
forma ¿conseguiré el espíritu? Se debió preguntar.
Pero ¡ay! la
danza que imaginó no estaba en los chicos y las chicas griegas cargadas de
prejuicios. Tal vez nunca estuvo sino en la intimidad femenina del templo.
En busca de la
cultura más deseada, Heidegger supo ver en la isla de Delos, “la manifiesta, la que luce, la
que congrega todo en su apertura, la que por lucir oculta todo en un presente” la sublime cultura de los seres
humanos en contacto con la divinidad. E Isadora Duncan la buscó en las cráteras
y los grabados evidentes. En realidad ya había encontrado la respuesta: había
creado un modelo de insinuaciones y fingimientos, ocultaciones y evidencias que
expresaba al ser humano. Como la isla de Delos, su danza “obsequia con la gracia del favor
de lo divino y demanda de los mortales la contención y el respeto”.
No era poder. Se
equivocó si pensó que era poder lo que tenía. La danza se traza en el aire, en
el instante, y no encontraremos al cuerpo que danza, ni a quien baila, entre el
conocimiento ni los sabios con poder.
A mi Isadora
Duncan me genera todos los sentimientos y su vida articula mi amistad de antes
y el amor que ahora siento.
Friederich
Hölderlin. Der Archipielagus.
La oficina. 2011; Martin Heidegger. Estancias. Pre-textos 2008; Isadora Duncan. Mi vida. Debate. 1977
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