20121221 Ritos de amistad e impulso
para la danza. (Tras la lectura de Baila, baila, baila)
Como los
personajes en búsqueda de Baila, baila, baila, subí a la planta decimoquinta,
para encontrarme con mi oráculo, mi hombre carnero, y sin oscuridad truculenta
ni rayos de luz que me guiaran, me vi en la mesa en la que juntos: ellas, ellos
y los dioses, yo uno más, oficiamos ritos necesarios.
Confirmamos que
nos queremos y que cuando pensamos cómo y por qué son las cosas, pensamos en la
gente y en un mundo mejor. Luego sobrevolamos nostalgias de noches de San Juan;
formas diferentes de hablar de fútbol; pudorosos, pasamos de puntillas sobre
los dramas personales; nos deslizamos por alguna ladera nevada y llenamos el
espacio de proyectos y esperanzas, con sordina, de viajes y navegaciones. Sin
que falte el teatro.
Cerol, Sierra
Negrete y cava para las libaciones rituales. Y enlazar delirios surrealistas y
risas a costa de nosotros, de nuestra sombra, pasado, futuro y hasta de los más
ocultos pensamientos.
Nos separamos de
la mesa sin saber quien es el oráculo pero con música para bailar, sin darle
más vueltas ni buscarle significados, deslumbrando a todos, sin pensar en
demasiadas cosas para no tropezar, y:
- No perder la
conexión.
- Vivir en otro
mundo.
- No
marchitarnos.
- Tener imagen
ante ti y los demás.
- Que fluya el
devenir.
- Poder regresar.
(Murakami dixit)
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