Y Lucile se quedaba
colgada de la cuerda, en un silencio de muerte.
Tal vez, antes o después de leer este artículo, sea
interesante leer el resumen del libro. Delphine de Vigan. Nada se opone a la noche. Anagrama 2012 primera edición.
Lucile, como tanta gente, no encuentra sentido vital al
ejercicio, no significa nada en su vida. No le reporta ningún beneficio
personal, no va a ser más querida por lo que haga, ni la salud la interpreta
como un bien que haya que perseguir a costa de ningún esfuerzo. Trepar por una
cuerda para llegar al final de la cuerda o esforzarse en correr más rápido para
llegar antes que otros a una línea pintada en el suelo, no le reporta ningún
beneficio personal. Prefiere, antes que encerrarse en un gimnasio, superar su
desidia poniéndose tacones y pintándose los labios para recorrer Paris. También
prefiere escribir
A Lucile no le gustaba el deporte. Tenía miedo de los balones, de las raquetas, del potro. No corría deprisa, no llegaba a lanzar el peso a más de un metro de ella, nunca atrapaba una pelota, cerraba los ojos en cuanto las cosas iban demasiado deprisa. Lucile no podía tocar el suelo con las manos sin doblar las rodillas, ni hacer el puente, ni inclinar el cuerpo hacia delante para agarrarse los pies cuando estaba sentada. Nunca supo hacer la rueda, ni la gacela, ni el pino.
Lucile no es una persona sin energía, pero su vida se ve
desestructurada, casi destruida ante el abuso, tal vez la violación, de su
padre. Después la vergüenza habría cavado el lecho de la desesperanza y del
asco. Pero nunca dejó de luchar,
Así, tras diez años
empantanada, Lucile volvió de lejos, volvió de todo, dejó atrás sus horas entre
las sombras, Lucile, que nunca había podido subir por una cuerda, se izó fuera
de las profundidades sin que se supiera realmente como, gracias a qué impulso,
que energía que último instinto de supervivencia. (302)
Confía a la escritura el vértigo de trascender, en la que muestra
la complejidad de su persona, su ambivalencia, el gozo secreto que sintió
durante toda su vida rozando los límites, estropeando su cuerpo y su belleza.
Lucile, poco a poco, extendió su margen de maniobra, se apasionó por las
plantas, llevó de nuevo vestidos, volvió a la peluquería, volvió a ver a sus
amigos, a salir con ellos, compró lápiz de labios… “Hoy, cuando leo sus
escritos, me parece que a Lucile nunca le gusto tanto nada como beber, fumar y
destruirse”.
Los sucesos que hacen referencia al deporte se refieren
aproximadamente a unas clases de educación física de los años 60 del siglo
pasado. Ya he dicho que no pretendo establecer una relación entre su actitud
ante la educación física y la tendencia destructiva de Lucile. Otras razones
hay en su vida. Pero, por si alguien conoce casos semejantes, yo sí que los
conozco, esta es la referencia en la que muchas personas reconocerán sus
recuerdos de la práctica de la educación física. Ya sé que actualmente no es lo
que era, pero conviene estar vigilante por si algo de esto queda.
(83) La escena era la
misma desde hacía semanas, la vergüenza no era menor. Lucile agarraba la cuerda
con las dos manos, saltaba desde el suelo de tal forma que sus pies se enredaban
una primera vez en la parte baja, izaba la parte alta de su cuerpo para
mantenerse derecha, y después se quedaba fija en esa posición, incapaz de subir
más. Agarrar la cuerda en su parte más elevada, liberarla abajo, enrollar de
nuevo la cuerda alrededor de sus pies estaba por encima de sus fuerzas. La
cuerda era desesperadamente lisa, y Lucile permanecía allí, a veinte
centímetros del suelo, balanceada por un ligero movimiento pendular. Lo máximo
que conseguía era mantener esa posición antes de renunciar. La señora Mareuil,
su profesora de gimnasia, había pensado primero que se trataba de coquetería,
después de una provocación, y después se rindió a la evidencia: Lucile no sabía
trepar por una cuerda lisa, como tampoco, pronto lo descubriría, por una cuerda
anudada. Cuando la mayoría de sus compañeras llegaban a la cima en tres o
cuatro movimientos perfectamente coordinados, Lucile permanecía abajo, imitando
sin gran convicción un impulso hacia arriba, incapaz de superar, aunque solo
fuese para guardar las formas, unas decenas de centímetros. La señora Mareuil
no ahorraba en sarcasmos, cada semana un poco más feroces. ¿Veis lo ridícula
que está, la bella Lucile, colgada como un jamón? Era evidente que no tenía
gran cosa ni en las piernas ni en los brazos. Un insecto balanceándose al
viento, e igual de vulnerable.
Por alguna razón sus compañeras no se burlaban de Lucile.
La señora Mareuil veía
en esa ausencia de aptitud deportiva una ofensa personal, un insulto
pronunciado en voz baja, repetido cada viernes. Detestaba a Lucile y, en la
casilla del boletín que le estaba reservada, daba rienda suelta a su desprecio.
Liane (su madre) sentía ver a su hija tan poco deportista:
siempre la última en correr, en saltar al agua, en aceptar una partida
ping-pong. La última en levantarse de la cama, sin más, como si la vida entera
estuviese contenida en las páginas de los libros, como si se bastase con
permanecer allí, al abrigo, contemplando la vida de lejos. A pesar de sus continuos
embarazos, Liane conservaba su figura atlética y presumía de poder hacer el
spagat a los setenta años.
Sus hermanos estaban bien dotados para el deporte.
Al cabo de las semanas, la clase de gimnasia del liceo
Lamartine se convirtió para Lucile en un suplicio y empezó a inventar excusas,
luego falta a clase y a otras clases. Tengo que reconocer que no se lo que
supone esto en la vida de Lucile. Ni la razón infantil que le hace tomar esa
actitud ni la repercusión en su vida futura. Lo más grave es que parece que esa
actitud arrastra a la decisión de dejar de estudiar. Pero no parece atribuible
a la gimnasia.
Ya lo he dicho, este no es el contenido principal del libro,
ni es fácil inferir de su actitud ante la gimnasia consecuencias que expliquen
la complejidad de la personalidad del personaje. El libro hay que leerlo porque
es intenso, veraz y emocionante.
Interesante libro, Luis. Alabo tu capacidad para encontrar escenas o libros ligados de una u otra manera con la Educación Física. Creo que me he encontrado varías Lucile en mis años de docencia, en algunos casos pude atender a sus problemas y acercarme a que consiguieran esos gramos de felicidad, aceptación y deseos que les faltaba. En otros, la vorágine de nuestros apretados horarios me impidieron hacerlo.
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