20121120. El
miradero, niños y niñas jugando
Hace dos
entradas contaba la habilidad para el juego de Atalanta y como, apartada del
espacio de los hombres, estaba a punto de usar ese poder sutil que le permite
hablar con la serpiente. Así llama Agustín García Calvo al poder que tienen las
mujeres de ir más allá de lo que los hombres damos por supuesto y pactar con lo
fundamental.
El Miradero. Destruido por la corrupción normal |
Tengo una amiga
que pasó su infancia jugando en el Miradero, un paseo romántico de Toledo
(¡malditos sean los alcaldes que arruinaron su encanto y lo destruyeron!) y
corría más que los chicos y, por eso, todavía alguno le mira mal. O porque,
pasada la infancia, no consiguió que mi amiga cogiera las manzanas del árbol de
las Hespérides que le tiró al paso por ver si le paraba en su carrera. Ya no
tiene prisa ni le importa correr más que los hombres. Para competir prefiere
hablar con la serpiente.
En la infancia,
antes de aprender que poder nos corresponde (quien lo aprenda) jugamos y nos
enamoramos sin medir. Mi
amigo José Luis Salvador en
su libro Besos y
abrazos recuerda
a su primera novia y los juegos que con ella compartía:
Querida
Turi: me gustas. Me gustas cuando juegas a los cromos, cuando te ríes en el
patio del cole. Me gustas cuando vamos en bici al río y entre naranjos comes
patatas fritas sentada en la orilla y tiras piedras al agua. Eres chica, pero
que bien y que lejos tiras las piedras.
Me gustas
cuando jugando al diábolo saltas, tanto, que tus faldas se suben. Me gustas
cuando bostezas a media tarde, cuando apoyada en la barandilla de la plaza
miras cómo jugamos al fútbol. Me gustas cuando te llama tu madre a gritos y le
dices que espere, que aún no ha terminado el partido. Me gustas cuando bebes
agua en la fuente. Me gustas cuando cuchicheas con las amigas, cuando tarareas
camino de la panadería, cuando te rascas las rodillas. Me gustas cuando te
asomas a la ventana, cuando saltas sobre los charcos, cuando toses y cuando
estás en silencio. Me gustas cuando pareces enfadada. Me gustas Turi y cuando
seamos mayores…, y…besarte.
¡Cuando seamos
mayores! Nada será igual. A ellas y a nosotros nos habrán enseñado el poder y
deberemos ejercerlo o desaprenderlo, pero en esto se te va la vida.
Algo debí intuir
sobre un poder desconocido cuando escribí cual era el vértigo de jugar con las
niñas.
“Pero había
otros vértigos en los juegos del patio. Correr para coger a las niñas y cuando
se conseguía alcanzar a una se le conducía a un banco y se le hacía cosquillas
entre todos. ¡Puff! A mí me encantaba. Jugábamos en los anocheceres de verano y
aún tengo la sensación en mis brazos y en mi ánimo cuando en un quiebro capturé
a Piluca por la cintura y a ella le dio risa y yo muy ufano la conduje al banco
de las cosquillas, aunque allí acudieron todos como moscas a la miel y ya no
recuerdo más. Un día, cuando teníamos a Tere en la tortura de las cosquillas
apareció su madre en la ventana de la cocina y con un grito: ¡Tere, Julito, a
casa! mandó parar. Por cierto, que yo debía perseguir siempre a Piluca, porque
recuerdo que en otra ocasión, después de cogerle le tiré de la cola de caballo
y las risas se convirtieron en un reproche, con morros incluido, que me
desorientó."
Yo corría más pero ella ya hablaba con
la serpiente y sabía cómo hacerme dudar de que lo que yo podía sirviera para
algo.
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