20121108 Mujer.
La venganza: conversaciones con la serpiente y fingimiento
Cada vez más
lejos de la idea original, pero todavía tras la estela de Agustín García Calvo
que me dio pie para interpretar el deporte como un lugar donde perderse, aunque
más bien me está resultando como un lugar donde echarse a perder.
A vueltas con
los orígenes:
Ya sé que cuando
me refiero a los primeros juegos olímpicos estoy hablando del ritual de un mito
literario (el de la guerra de Troya y el del Odiseo y los Argonautas), bien
aprovechado para abrir una original vía de poder y riqueza para nobles y
sacerdotes.
Pero en la
plasmación del ritual se volvió a cometer el mismo error que en las guerras que
evocaban: no escuchar a las mujeres. Volver la cara, huir de ellas. Y no anduvieron con paños
calientes:
“En el
camino a Olimpia, antes de cruzar el Alfeo, viniendo de Escilunte, hay un monte
escarpado con elevadas rocas. Se llama Tipeo. Es una ley entre los Eleos
despeñar desde éste a las mujeres que se descubra que han ido a los Juegos
Olímpicos o incluso que hayan cruzado el Alfeo en los días prohibidos para
ellas” (Pausanias, V, 6, 7) (Recogido por Jesús Cepeda en Reflejos de Apolo. Ministerio
de Cultura 2005).
Sabedores que no
se podía entrar en una guerra abierta y despreciar a las mujeres y a las
deidades de su género, pergeñaron un remedo de juegos en Olimpia para las
mujeres: los juegos Hereos ¿Sabías algo de ellos? Vamos, la importancia que se
da al fútbol femenino actualmente se debía dar a esos juegos de antaño. Reproducían
sin consecuencias mediáticas las carreras y los ritos religiosos de los
hombres. Limitada su participación a su momento genital y a consideraciones de
fertilidad y buena crianza, de paso aprendían a tejer con la disculpa de una
ofrenda a la diosa Hera. Supongo que desarrollados en la intimidad, como en un
gineceo.
También
encontraron un lugar en la excepción y el mito. Por ejemplo, se cuenta la
historia de la mujer que vestida de hombre fue descubierta al celebrar la
victoria de su marido y su hijo y, magnánimos, ¡no la tiraron desde el monte
Tipeo! o Atalanta, la mítica atleta capaz de derrotar a los hombres en todos
los terrenos deportivos, aunque ellos sabían cómo dominarla y apelando a su
condición sentimental, Hipómenes, aliado con Afrodita, le desafió a correr pero
dejó caer las manzanas de oro del árbol de las Hespérides que Atalanta se
demoró en recoger, perdiendo así la carrera. La historia no tiene desperdicio,
porque creo que se acaban casando, pero si hubiera ganado Atalanta le habría
matado. Mucha simbología, no dan puntada sin hilo.
Menos atención se ha prestado a los
confusos indicios del templo de Ártemis en Braurón, en el Ática. No se sabe muy
bien su sentido, pero me gusta interpretarlo como el lugar en el que las
mujeres encontraron un lugar para ejercer su poder en el ejercicio corporal
alejado del deporte de los juegos griegos. Isadora Duncan, encontró en los
indicios de sus rituales, la inspiración para su danza, su vestuario y su
desnudez, sacando de sus casillas a los hombres, y a las mujeres que beben del
poder de los hombres, de los principios del siglo XX que debieron pensar que
por qué habíamos estado siempre tan lejos. Y así seguimos en esto de los
espacios del juego.
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