Y Lucile se quedaba
colgada de la cuerda, en un silencio de muerte.
Tal vez, antes o después de leer este artículo, sea
interesante leer el resumen del libro. Delphine de Vigan. Nada se opone a la noche. Anagrama 2012 primera edición.
Lucile, como tanta gente, no encuentra sentido vital al
ejercicio, no significa nada en su vida. No le reporta ningún beneficio
personal, no va a ser más querida por lo que haga, ni la salud la interpreta
como un bien que haya que perseguir a costa de ningún esfuerzo. Trepar por una
cuerda para llegar al final de la cuerda o esforzarse en correr más rápido para
llegar antes que otros a una línea pintada en el suelo, no le reporta ningún
beneficio personal. Prefiere, antes que encerrarse en un gimnasio, superar su
desidia poniéndose tacones y pintándose los labios para recorrer Paris. También
prefiere escribir
A Lucile no le gustaba el deporte. Tenía miedo de los balones, de las raquetas, del potro. No corría deprisa, no llegaba a lanzar el peso a más de un metro de ella, nunca atrapaba una pelota, cerraba los ojos en cuanto las cosas iban demasiado deprisa. Lucile no podía tocar el suelo con las manos sin doblar las rodillas, ni hacer el puente, ni inclinar el cuerpo hacia delante para agarrarse los pies cuando estaba sentada. Nunca supo hacer la rueda, ni la gacela, ni el pino.