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No creo que sea casualidad que el boxeo, que es un deporte
en el que siempre demostraron la supremacía los negros y los pobres, haya sido
tan prohibido, tan ocultado y censurado. Solo los cubanos han hecho pedagogía
de su práctica.
El boxeo arrastra una enorme carga ideológica. Pasolini describe a Nino Benvenuti: “El arreglo del pelo, su gesto de bribón y
gallardo, la raya canalla”. Luego descubre su conexión con el
utraderechista Movimiento Social Italiano MSI, y denuncia un destino físico en
la ideología.
Eduardo Arroyo, cuando habla del boxeo en España, explica
por qué se fusiló al semicadáver de Carlos Flix (destrozado previamente de una
paliza): “Franco no torturó y mató
solamente a los intelectuales, sino que persiguió a unos simples boxeadores por
ser ídolos de su pueblo y solidarios con él”.
En estos otros libros que ahora traigo a colación, vuelve a
aparecer el carácter literario del boxeo. Dice Luis Nucera en el prólogo de
Panama Brown, el libro de Eduardo Arroyo: “La
literatura sobre el boxeo, o deportiva
en general, no es competencia de la universidad… son los mismos boxeadores los
que la forjan. Es una literatura del lumpenproletariado”.