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viernes, 22 de septiembre de 2017

Las Troyanas y "las guerreras"

La insalvable distancia de las mujeres con la guerra... y el deporte.

Ahora las mujeres sí que hacen deporte y, a los equipos de mujeres triunfadoras, les llaman “las guerreras”  invocando la odiosa asimilación del deporte a la guerra que las hizo esclavas.

Voy a ir al teatro para ver Las Troyanas, de Eurípides. La versión de Alberto Conejero dirigida por Carme Portaceli.

Una coalición de aqueos destruye Troya (siglos XII o XI a.C.). Ha costado años en los que los guerreros han protagonizado batallas, más o menos gratas a los dioses, de las que se ufanan por el honor y la virtud en su desempeño. La razón de la guerra: el rapto de Helena, una mujer bella a la que su marido deja al cuidado de Paris para irse a otra guerra.

Los dioses, Poseidón y Atenea, enfadados por algún desaire, hacen naufragar las naves de los griegos cuando, terminada la guerra, vuelven a casa.  Salvan la de Odiseo (Ulises), pero dificultan su vuelta a casa con mil peripecias.

La guerra de Troya y las aventuras de Ulises, contadas como verdades patrióticas y didácticas, corrieron de boca en boca durante siglos en Grecia y, el bardo Homero, que sabía escribir, los recogió en La Iliada y La Odisea. Se dice, y me parece verosímil, que el origen de las Olimpiadas son las representaciones teatrales de la heroicidad de los griegos en Troya convertida en competición (el agón).



Luego, en el siglo V a.C. Eurípides, tal vez con la intención de desmitificar tanta tontería olímpica y heroica, relata las consecuencias, las catástrofes colaterales de aquella guerra. Las mujeres de Troya, una vez que sus maridos han perdido la guerra, han perdido a sus compañeros y, lo que es más doloroso, a sus hijos. Ellas serán esclavas, enterradas en vida o muertas.




Y las Olimpiadas antiguas de Grecia, trasunto de la guerra, se consideran el origen del deporte. Mientras los hombres se ufanan del brillo de sus armaduras, el lustre de los caballos, el honor y la virtud valerosa de su competencia ociosa, las mujeres permanecen al margen.

Ahora las mujeres sí que hacen deporte y, a los equipos de mujeres triunfadoras, les llaman “las guerreras”  invocando la odiosa asimilación del deporte a la guerra que las hizo esclavas. Qué lejos de la llamada de Alexandro Barico en Homero, Iliada, reclamando para la sociedad otra estética que no sea la de la guerra (de eso ya hablé) y que triste destino el del deporte en manos… de quién esté.

Todavía no he ido pero voy a ir a ver y escuchar en el teatro el lamento de las Troyanas por la estupidez de las guerras que y quienes las evocan y se cubren de laureles. Y no voy a poder dejar de pensar en la distancia precavida que las mujeres guardan con el deporte, escarmentadas, como están, de las guerras.


No se debía leer la Ilida ni hablar de Las Olimpiadas sin leer o escuchar también las voces de Las Troyanas. No se debía educar (tampoco en el deporte) sin comprender el horror que relata estas narraciones.

En fin, no sé si me explico; hay mucho que aprender en la obra de Eurípides. Mientras veo esta obra de teatro os recomiendo su lectura, gratis en PDF, o la película Las Troyanas, dirigida por Michael Cacoyannis. Peliculón. También lo que decía Agustín García Calvo  al hablar sobre hombres y mujeres.


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